Ir a La Junta, La Guajira, es encontrarse de frente con el dolor y la tristeza. En todos los puntos de cardinales de ese bello pueblo donde nació Diomedes Dionisio Díaz Maestre, donde lo quieren y, ahora más que nunca, lo aclaman están los más grandes manifiestos de su vida y obra.
Al tomar la curva procedente de San Juan del Cesar, la bienvenida es ofrecida por la imagen de la Virgen del Carmen, patrona del pueblo, y comienza el recorrido por una larga y ancha avenida donde el sol compite con la brisa hasta llegar a la plaza principal, tarima Martín Maestre, sector donde Diomedes Díaz solía dar a conocer sus primeras canciones, siendo una de ellas dedicada a su paisana Elida:
Yo la conocí en La Junta y no la he podido olvidar
la llevo grabada en mi mente y la tengo que recordar
por eso te pido, Elida de mi corazón
dame tu cariño que yo te regalo mi amor.
En el pueblo donde se lleva a cabo el Festival Folclórico del Fique y exactamente en la casa de Rosa Elvira Díaz Mejía, está el epicentro de los mayores recuerdos de ‘El Cacique de La Junta’. Hasta allá, pasados los días llegan a dar las condolencias y a referir historias vividas.
La hija mayor de Diomedes Díaz se la pasa llorando y hablando de su papá, el cual enamoró con bellos halagos y versos a su mamá Bertha Rosario Mejía Acosta. Precisamente este hecho feliz del nacimiento de Rosa Elvira sucedió cuando Diomedes Díaz contaba con 17 años, tres meses y 12 días.
La charla con Rosa Elvira se interrumpía constantemente porque algunos querían añadir pedazos sueltos de los primeros años del artista que trascurrió entre La Junta y Carrizal.
Es así como Alberto ‘Beto’ Oñate tomó la palabra y esbozó detalles de este hombre que siempre se distinguió por componerle a todo lo que giraba a su alrededor, especialmente en sus inicios como espantapájaros y enamorador empedernido. “Ese pelao era humilde, noble y bueno y hasta elegante para enamorar a las mujeres a las que levantaba a versos y detalles como una fruta o un dulce. Algo les llevaba”.
Ahora, Beto Oñate, quien tiene el establecimiento musical más importante del pueblo, es el encargado de regalar la música y la mayoría son canciones de Diomedes Díaz.
En el marco de la plaza, cerca a la ventana marroncita donde ‘El Debe’ López, cumplió la misión de llevar una serenata con tres canciones bien bonitas, vive Juan Pablo Araújo, hijo de Rubén Darío, compadre y amigo de Diomedes Díaz, al que nunca se cansó de saludar y honrar.
Sentado en la terraza de su casa observaba la soledad del pueblo y entonces señala: “La tarde en que murió la insignia de la música vallenata, todo se silenció, todos se reunieron en las esquinas a llorar y a recordarlo. Esta tristeza colectiva nunca se había visto en La Junta, porque murió el hombre que nos entregó las máximas alegrías a través de su voz y sus canciones. Soberano premio a la tierra que lo vio nacer y que supo de su talento natural. Una cosa es contarlo y otra vivirlo porque todos lloramos y lo seguimos haciendo”.
El nuevo calendario
Como paradoja de la vida y cuando la tristeza cubre ese territorio guajiro en la mayoría de las casas tienen un calendario del año que se inicia con una foto de Diomedes sonriente. Es la foto de la última carátula de su trabajo musical ‘La vida del artista’. Y mientras Rosa Elvira, vestida de negro, sigue contando detalles de su progenitor y atendiendo a los visitantes, su pequeña hija María Sofía, revolotea por el vecindario ignorando que su abuelo ya no le brindará el beso y el abrazo que la hacía sonreír.
“Toda la vida viviré agradecida con mi papá porque conmigo fue muy especial, siempre me pechichó y tuvo grandes detalles conmigo. Me llevó para Valledupar a estudiar el bachillerato y viví en la casa de su esposa, mi prima Patricia Acosta y estuve al lado de mis hermanos Rafael Santos, Diomedes de Jesús, Luis Angel y el gran Martín Elías, a quienes cuidaba. Que época tan linda”.
Calla un momento porque los recuerdos se le arremolinan en su mente y luego de esconder unas lágrimas en su pañuelo, continúa diciendo: “El legado que dejó mi papá no tiene comparación; sus cantos, sus canciones, su poesía original, su nobleza y humildad lo hicieron grande y su fanaticada que lo acompañó siempre, también le correspondió en su velación y cuando fue llevado a su última morada. En nombre de la familia no nos cansamos de darles las gracias a todos”.
En La Junta, desde el pasado 22 de diciembre, día en que Diomedes Díaz se despidió de la vida, siguen más vivas que nunca sus canciones y al momento de la charla sonaba ‘Entre placer y penas’:
Rafael Santos, Luis Angel y Martín Elías
Diomedes de Jesús que lleva el nombre mío,
y Rosa Elvira y Rosa Elvira que es la mayor
de esta familia tan bonita.
Cuando la canción cesó su recorrido por el acetato Rosa Elvira indicó: “Ese es mi papá”.
Ella, después visitó la casa en Carrizal donde nació Diomedes Díaz y que enmarca en sus cuatro metros de ancho y seis de largo toda la radiografía de ese hombre que dibujó en cantos parte de la historia de la auténtica música vallenata.
Millones de lágrimas
Había llegado la hora del regreso y cuando se estaban tomando las últimas gráficas, llegó un guajiro veterano que se había enterado de la visita y sin mediar palabras manifestó: “Diga que por Diomedes Díaz hemos derramado más lágrimas que por todos los muertos de este pueblo. Se fue el más grande y nos dejó su canto y su fama, bendita Virgen del Carmen”.
Se quedó llorando e hizo que nos trajéramos una porción de lágrimas.
Por Juan Rincón Vanegas