El país sigue sitiado por el caos. Le pido perdón a nuestros lectores porque cada semana escribo textos que sólo generan desesperanza, desilusión y angustias. La izquierda progresista en Colombia resultó peor de lo que imaginamos. Tenemos que continuar contando lo que sucede en el país para llenarnos de argumentos que impidan que este modelo perverso se instale en la poca institucionalidad que nos queda.
El Canciller no acata la suspensión de la Procuraduría y esta actitud es validada por el propio Petro, experto en hacerle el quite a decisiones que, proferidas por autoridades consagradas constitucionalmente, dejan en ridículo a funcionarios que están cumpliendo con su deber. El daño que se le causa al Estado por estos manejos es irreparable, deja en entredicho la carta del 91 y nos expone a un autoritarismo que cada vez parece enquistarse en las bases del poder.
La teoría de la tridivisión del poder de Montesquieu, de la que hemos hablado antes en esta columna, pierde vigencia en nuestro golpeado país, deja de ser una garantía de independencia y autonomía de las ramas del poder público y somete a la nación colombiana a aceptar yugos de personas non sanctas que ahora gobiernan y llenan sus manos con los recursos de todos. ¡Bonito cambio este!
La primera dama y la vicepresidenta, Verónica Alcocer y Francia Márquez, respectivamente, resultaron ser, junto con Nicolás Petro -hijo del presidente- y Juan Fernando Petro -hermano del guerrillero-, los peores enemigos del propio gobierno. A ellos se suman varios funcionarios cercanos al presidente que guardan y custodian sus más oscuros secretos y que, a su vez, son la garantía de poder seguir tapando y delinquiendo bajo la protección del presidente.
El gobierno, sistemáticamente, desacata la Constitución, las leyes de Colombia, hace lo que se le da la gana y actúa de manera ilegal. Lamento, de verdad que lo lamento, el ambiente que proyecto se está viviendo en las facultades de Derecho de las universidades del país. Todo lo que desde la teoría se propone, está siendo relativizado por las actuaciones de un orate que, acompañado de un grupo de dementes hambrientos de poder, queda en entredicho, pierde valor y aplicabilidad. Esto es grave, gravísimo, la institucionalidad se hace trizas frente a los ojos de los futuros abogados que piensan salir corriendo de las facultades buscando un mejor destino en otro lado.
La campaña presidencial de Gustavo Petro recibió 500 millones de pesos como aporte de FECODE. Lo han negado, dijeron varias veces que no era así y ahora, en la revista SEMANA de Vicky Dávila, salen las pruebas que confirman el aporte. ¿Con qué van a salir ahora? Petro no tiene más remedio que acudir al retrovisor para empapelar a sus antecesores, esto se trata de tender cortinas de humo para desviar la atención, así funciona esto.
El derroche irracional del Ejecutivo, en casos como la casa alquilada en Davos, la constitución de nuevos ministerios, acompañado todo esto de un discurso manipulado para irse en contra de la explotación de hidrocarburos, es una vena rota que sangra por borbotones. El manejo que se le da actualmente a los dineros públicos parece no dolerle a nadie, es triste ver que la inversión social en el gobierno del cambio es casi nula -excepto miles de millones de pesos que se destinan a subsidios para que ciertas personas, que apoyan este régimen, no madruguen ni a estudiar ni a trabajar-; nos roban a la mayoría un mejor porvenir.
Duele este balance de pobreza en términos de ejecución, de corrupción y mediocridad. El presidente Petro sigue delinquiendo desde su posición, realmente en este caso el ladrón no dejó de serlo. Petro asume que Colombia es la cocina de su casa, que puede manejarla a su antojo, cada acto suyo pretende afectar la institucionalidad, todo ello para mantenerse en el poder. Echarles la culpa a otros de su ineptitud es clásico, irse lanza en ristre contra los empresarios e industriales es clave en su discurso pendenciero y retrógrado. Por Dios santo, ¿Cómo fue que permitimos esto? Hemos caído muy bajo, todo esto da asco.
POR: Jorge Eduardo Ávila