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En el Valle te regalaré un acordeón

Por Mary Daza Orozco

Leí una nota, publicada en este diario,  en la que acuciosamente se hace un recorrido por los ‘sitios turísticos’, de Valledupar, una manera de apoyar el turismo en la capital cesarense y de mostrar que aquí no solo hay acordeones. Recordé a Jorge Robledo Ortiz, con su poema Cuentos de Mar, en el que en cada sitio al que llegaba regalaba algo emblemático de la región a su compañera de viaje; pero lo recordé al revés.

Sí, mueve a risa pensar que alguien se va a venir de su tierra lejana para ver la escultura de los Gallos, la Chichamaya, (rechazada por fea en la Guajira y aceptada aquí como la gran cosa) o venir a ver  a la Pilonera,  en su fealdad gigante  manchada por el sol, y a la Sirena de Hurtado, ya lo dije hace tiempo, que  se parece  al famoso Caniggia, el que besaba a Maradona cada vez que hacía un gol.

Sí, quién se anima a venirse de sus lejana tierra a ver la inmensa estatua del fundador, copiada quién sabe de qué foto de alguno de los conquistadores, de ella un taxista me preguntó si ese era don Quijote de la Mancha; ni a la María Mulata de Grau, sólo porque es de él, o bueno vale el homenaje al  pajarito: María Lucía o Cocinera que se ve en vivo por nuestros pueblos y montes.

En fin, no creo que esos sean sitios que ameriten un desplazamiento para venir a verlos: no tienen historia, ni estética, no dicen nada. Valledupar es una ciudad bonita, eso es indiscutible, si se mira  el verdor de sus calles en medio de la aridez del clima, o al río ‘rey del Valle’, según Nicolás Mestre, pero no su puente, es exagerado decirle hermoso, como leí en alguna parte; los cerros que la circundan son admirables; pero, que vive del acordeón y es acordeón es innegable. Eso es lo que mueve a los turistas a visitarla. Hace unos días en CNN, dos presentadoras estaban hablando de los carnavales y una (Lucía Navarro) dijo: “…yo sueño con ir al Festival de la Leyenda Vallenata, me llama la atención su música de acordeones y quiero saber qué es eso de la leyenda”, sentí orgullo.

Eso es lo que hay, eso es lo que vendemos de nuestra  ciudad, eso  tiene historia y es emblemático, es lo que el poeta citado hubiera regalado a la niña que lo acompañaba a batir distancias y a conocer países,  cuando dice:

‘Buscaremos ositos en Siberia /rutas de manzanilla al sur de España, /la sombra adolescente de Platero, /la capa de Unamuno en Salamanca, /la fatiga inmortal de Rocinante. /El dardo del Amor Clavado en Ávila,  /la Morena ascendencia de El Cachorro y el llanto de Boabdil sobre Granada.”,  seguro que de pasar por el Valle, de inmediato hubiera dicho (permítanme parafrasearlo) y cuando tengas sueño, mi pequeña, /cuando te canses de medir distancias /y no quieras viajar a la deriva /con la estrella polar a las espaldas, /  te arrullaré, mientras mi viejo acordeón lleno de historia,/ que compré a un juglar del Valle,/ te cuenta pasajes de amores y leyendas,/ mientras rememora viejos cantares de pasados y soledades.

Valledupar sí es acordeón  y leyendas, si es juglares y compositores, es folclor, al que hay que cuidar y por lo menos pasar por un cedazo tantas canciones malas, para junto a estatuas y monumentos  que valgan la pena, escucharlas aunadas a los cantos prístinos de juglares ya idos.

 
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