Desde los primeros años de aprendizaje nos enseñan que en las democracias existen tres poderes que actúan en forma independiente, sin que ninguno de los tres invada el quehacer de los otros. Desde el punto de vista del respeto institucional, esto sería lo mejor, más algo me dice que no es así, la democracia padece de algunas patologías que se manifiestan casi siempre en el poder ejecutivo, el que tiene mayor capacidad de cooptación.
Desde la aprobada reelección presidencial en 2006 por parte del Congreso y refrendada por la Corte Constitucional, los órganos del poder se infectaron. La misión del Congreso ha variado, ahora el objetivo es obstaculizar las propuestas del ejecutivo, no existe mística acerca del futuro del país, la oposición es gratuita, las decisiones no se toman conforme a la ley, sino que se subastan. Pero en otras instancias también llueve; recodemos el cartel de la toga que crearon el exmagistrado Leonidas Bustos y otros, cuya estructura parece vigente. Solo dos de los poderes son de elección popular, lo que amerita unas reformas; el poder judicial y sus conexos son poderes derivados y funcionan por encima de los electores y de la misma ley.
El poder legislativo parece no actuar con criterio patriótico, es demasiado autónomo, tiene atribuciones para retirarse de las sesiones y nunca se reúne con el elector primario acerca de cuáles leyes se deberían aprobar y cuáles no. Este poder en Colombia es una monarquía que se hereda por generaciones de ciertas familias, con algunas excepciones. Bajo estas condiciones, podemos afirmar que el poder legislativo en Colombia sobra porque se ha convertido en un obstáculo para avanzar.
No hay seriedad, el debate ha perdido el poder de la dialéctica; el ausentismo para no votar es una estrategia cobarde. Aquí se instaló una “primera línea” que no respeta al ejecutivo y con la ventaja de que nadie les sacará los ojos ni los asesinarán como ocurrió con la primera línea de los estudiantes.
Al actual presidente se le mira como un intruso que llegó a la casa de “Nari” y por ende se le debe irrespetar y defenestrar; los delfines de la monarquía y los advenedizos circunstanciales creen que, si no es de ellos así sea un traqueto, no merece el más mínimo respeto. Se acostumbraron a vivir del Estado, a manejar su chequera a través de la contratación pública. Están desesperados porque llevan 19 meses por fuera de ese banquete y por eso lloran como niños para recuperarlo. Han ensayado todas las formas de lucha para desestabilizar al gobierno de Petro y han encontrado unos aliados muy poderosos como son la Fiscalía, la Procuraduría, las cortes y los gremios de la economía que actúan como carteles, acompañados de un alto porcentaje de ciudadanos amorfos y de idiotas útiles.
Luis Napoleón de Armas P.