En Valledupar, con la perspectiva que nos ofrece ver desde el balcón, pero sintiendo que el incendio nos puede afectar el primer piso del granero, con asombro participamos de la película de drama, en los últimos años, de la vida turbulenta de El Cerrejón. Enfrentado a una tormenta sin final de incomprensiones y conflictividad social, que no se le ha permitido enfrentar la dura adversidad. Con desilusión no alcanzamos a entender por qué a una empresa tan determinante para La Guajira, sus empleos, sus regalías, su infraestructura; comprometida con la sociedad y tan presente – para la muestra ayudando en la atención de la pandemia donando equipos e insumos claves- todo se le dificulta.
Muchos guajiros reconocen su aporte al expresarse individualmente pero, reunidos, parecen haber cambiado su actitud. Aunque todos quieren trabajar en el complejo minero y de transporte, es lo que sucede en estos días en que los retirados de la empresa, y alguna comunidad en el puerto, con tal de volver a trabajar en ella, están dispuestos a sacrificarla, forzándola al reintegro, con la benevolencia de Sintracarbón.
Algo más de doscientos trabajadores fueron retirados y un grupo de ellos decidió bloquear permanentemente el transporte del mineral y se dio al traste con el funcionamiento de la empresa que apenas se reponía de una larga huelga. Presumimos que la posición sindical tendría raíces en que la larga parálisis de la huelga tuvo un desenlace negativo para sus pretensiones y la compañía no alteró su propósito necesario de adecuarse para competir en una apremiante coyuntura de precios y futuros para el alicaído carbón térmico.
Se denuncia que mientras esos 235 trabajadores fueron liquidados la empresa contrató 350.
Pero sin reparar en que la empresa ha protegido del covid-19 a 400 que tienen comorbilidades dejándolos en sus casas pagándoles sus salarios y ha contratado personal temporal para las actividades diarias hasta que los protegidos retornen. Mantiene su posición de hacer más eficiente el personal, la maquinaria y tamaño de sus operaciones dada la crisis.
El Cerrejón se afecta y se afectan La Guajira y el Cesar. No solo sus trabajadores. Los contratistas, los proveedores, familias enteras, las comunidades indígenas, cuyos integrantes trabajan en el complejo o con los contratistas. También impuestos y regalías que se dejan de percibir en un periodo en que son vitales esos ingresos fiscales, $4.000 millones al día, y para la gente, en salarios directos e indirectos, $3.000 millones diarios.
Valledupar lleva en su alma y en su vida a Cerrejón. Al igual que en Riohacha, muchas familias trabajadoras viven en la ciudad desde que sus padres se vinieron porque sus hijos ingresaron a universidades del Valle, por cercanía, familiaridad y ser el mayor epicentro urbano con servicios de todo tipo. El drama también lo vive la ciudad.
Con razón hace dos días los miles de trabajadores de la empresa y de los contratistas hicieron un gran encuentro virtual y manifestaron que “30 exempleados no pueden arriesgar el sueldo y el futuro de 9.000”.