Uno de los problemas más serios que ha tenido Colombia, históricamente, nos atrevemos a decir que desde su conformación como república, ha sido la visión centralista, desde Bogotá, con la cual se ha concebido el país en todos sus aspectos: políticos, económicos, sociales y culturales, principalmente.
El centralismo en el manejo del país, desde las concepción de las leyes, hasta la distribución de los ingresos del Estado, el diseño y la planeación de políticas públicas, le ha costado a la Nación años de rezago en materia de desarrollo, y principalmente le ha costado sufrimiento y malestar a las regiones de la periferia; pensamos, principalmente en Chocó, los territorios nacionales, pero también en la Costa Pacífica y la Costa Atlántica, o Región Caribe, como preferimos llamarla ahora.
Durante la mayor parte de su historia, el Estado colombiano ha tenido una visión centralista; inclusive, se ha confundido Estado Unitario con estado centralizador. Pocas veces ha tenido el país constituciones políticas con características de federalismo, es decir de mayor autonomía a los estados o departamentos. Y cuando así ha sido, se han producido hasta guerras. Pareciera existir un temor atávico a la libertad, a la autonomía, a la independencia de las regiones…
A cualquier intento de visión alternativa a ese “Estado unitario”, el menor planteamiento crítico a ese centralismo asfixiante es visto y calificado desde Bogotá como rebelión, como separatismo, como intento de ruptura de la unidad nacional.
Nada más alejado de la realidad. La Costa Atlántica y los costeños en todo el país votaron el pasado 14 de marzo por la creación de una región autónoma, al estilo de las que tienen muchos países de Europa, dentro del ámbito jurídico que permite la Constitución de 1991, en sus artículos 306 y 307. Una región como instrumento para agilizar el desarrollo económico y social.
Y todos los candidatos presidenciales – sin excepción-. cuando llegaban a la Costa se declaraban partidarios del proyecto de Región Caribe y del Fondo de Compensación Inter-regional, dos iniciativas que surgieron de un grupo de economistas y otros intelectuales de la Región, principalmente de Cartagena y Barranquilla, cuando se promovió el Compromiso Caribe.
El actual Presidente de la República, Juan Manuel Santos, en campaña también defendió la propuesta de la Región Caribe, y dijo acá en Valledupar que desde el primer día de su gobierno trabajaría por el logro de ese objetivo. Pues bien, ha llegado la hora.
El Ministro del Interior y de Justicia, Germán Vargas Lleras, ha presentado a consideración del Congreso de la República un proyecto para expedir la Ley Orgánica de Ordenamiento Territorial, norma previa para poder tramitar otra ley que crearía la Región Caribe. Algunos congresistas de la Costa, como también algunos gobernadores han formulado sus reparos a la iniciativa tal cual como ahora está planteada.
Y, en lugar de escuchar, atender estas sugerencias y tenerlas en cuenta, en el proceso de discusión, nuevamente en Bogotá se habla de “Rebelión en el Caribe”, para señalar ese disenso. Volvemos con las mismas.
No, señores, por el contrario, es el momento de que el gobierno nacional, en el Congreso de la República, se convenza de que Colombia es un país de regiones; no por un capricho de un grupo de líderes y dirigentes costeños, sino una realidad geográfica, histórica y cultural. La costa sólo es una de esas regiones.
Somos convencidos de la necesidad que tiene el país de facilitar esa regionalización, dentro del estado unitario, y gestionado por un gobierno que habla de unidad nacional; pero no por capricho, insistimos, sino como un instrumento de desarrollo, que sea autónomo, con más fuerza y capacidad de actuación que los viejos Corpes, y fundamentalmente centrado en luchar contra la pobreza, promover proyectos de infraestructura común a todos los departamentos o a dos o tres, por su magnitud y características. Nada más ni nada menos, así de claro y así de sencillo. Nadie está hablando, señores capitalinos, de rebelión en el Caribe.