Cuando la politóloga María Ángela Holguín llegó a ocupar el cargo de ministra de Relaciones Exteriores de Juan Manuel Santos venía de ser, al interior de este mismo Ministerio, secretaria encargada de funciones comerciales de la Embajada de Colombia en Francia durante el gobierno de César Gaviria; posteriormente, jefe de Gabinete y secretaria General de ese Ministerio; embajadora de Colombia en Venezuela y embajadora ante la ONU, todo esto durante los gobiernos de Ernesto Samper y de Álvaro Uribe.
Pero incluso, antes de llegar a ser canciller de Santos, la Holguín tuvo un paso por la Corporación Andina de Fomento, CAF, principal organismo multilateral de financiamiento de la región andina. María Ángela, como dirían los funcionarios del régimen de Carrera Diplomática y Consular de nuestro país, se formó para ser canciller; no hubo área que no conociera al interior de ese Ministerio antes de llegar a ocupar el cargo de canciller.
Cuanta importancia tuvo Julio Londoño Paredes en su trayectoria como diplomático, en especial en los temas de soberanía territorial, quien cuando llegó a ser canciller de Virgilio Barco había ya tenido un paso por esa entidad como jefe de la División de Fronteras, además como secretario General, viceministro de Relaciones Exteriores y embajador de Colombia en Panamá. Incluso después de ser canciller, Londoño Paredes siguió aportando al servicio exterior colombiano.
Cómo no recordar a Noemí Sanín Posada, canciller de César Gaviria y de hecho la primera mujer en ese cargo que tuvo el país y quien antes de llegar al cargo ya había sido ministra de Comunicaciones; o a una María Emma Mejía, canciller de Ernesto Samper, quien antes de llegar a la Cancillería se había desempeñado como ministra de Educación Nacional y embajadora de Colombia en España. Después de su paso por la Cancillería, María Emma Mejía siguió en el servicio exterior como embajadora de Colombia ante la ONU, entre otros cargos; Noemí Sanín Posada de igual manera, posterior a su paso como Canciller, ha sido embajadora ante el Reino Unido y España.
Por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia han pasado en condición de cancilleres un Alfonso López Michelsen, Alfredo Vásquez Carrizosa, Indalecio Lievano Aguirre, Diego Uribe Vargas, Carlos Lemons Simmonds, Rodrigo Lloreda Caicedo y Augusto Ramírez Ocampo, en épocas relativamente recientes.
El lenguaje de la diplomacia no admite improvisar, el dar directrices a un embajador de Colombia ante cualquier país del mundo o a un cónsul de nuestro país que desempeñe funciones en un Consulado como el de Madrid, Miami o New York no es un tema menor. Es el manejo de las relaciones exteriores del país, es todo un mundo de organismos multilaterales como la ONU y la OEA.
El reciente episodio del gris y opaco paso de Claudia Blum por el Ministerio de Relaciones Exteriores, más que críticas permite reflexionar sobre la necesidad de que las relaciones interestatales del país y la comunicación necesaria esté en cabeza de un canciller al que se le vea el suficiente empoderamiento y que sepa asumir.
Blum ya no fue, y no me refiero al hecho de que haya renunciado al cargo, lo cual debió pasar hace rato; me refiero al hecho de que el cargo parecía acéfalo. Si bien Blum traía una trayectoria como congresista, incluso como representante Permanente de Colombia ante las Naciones Unidas, no fue suficiente. Es más, la actual viceministra de Asuntos Multilaterales del propio Ministerio de Relaciones Exteriores, Adriana Mejía Hernández, es quien realmente tiene la formación al interior de la Cancillería para ser ministra, su desempeño así lo indica, tanto que siendo segunda a bordo muchas veces se identificó en ella conductas del rol de canciller.
Insisto, Claudia Blum ya no fue, se perdió tiempo. Pero siempre será mejor dar un paso al costado y no quedarse en un gobierno sin el logro de resultados, o sin meta alguna. Más aún cuando de lo que estamos hablando es de las relaciones exteriores de Colombia. Tampoco se trata de ponerle tiza, esa es la vida pública, pasa en cualquier gobierno y es casi un asunto de la cotidianidad de lo público, esto además se trata de que el único que no puede ser fusible es el presidente de la República, lo público es así. Pero que sea así no significa que se deba improvisar.
El país necesita un buen canciller (quien tenga capacidad de entender como persona pública el servicio exterior), pero creo que más lo necesita el señor presidente.