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En Ecuador, ¿qué pasó?

Por: Imelda Daza Cotes

Lo ocurrido en el Ecuador el 30 de septiembre fue un intento de golpe de estado que puede interpretarse como una clara advertencia de que en algunos países los militares echan de menos el poder y las dictaduras. Puede también colegirse que el golpismo no ha sido totalmente superado en Latinoamérica y si no se manifiesta con más frecuencia es tal vez porque la correlación de fuerzas no le favorece.
En Ecuador no hubo  una “crisis institucional” como dijeron algunos medios. Lo que se dio no fue un conflicto entre los poderes Ejecutivo y Legislativo sino una abierta sublevación de policías  en contra de su superior máximo, esto es, del comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, es decir, en contra del Presidente legítimo de los ecuatorianos. Tampoco fue una “sublevación policial” como dijeron otros tratando de minimizar la gravedad de los hechos. El Subsecretario de Estado de Asuntos Interamericanos calificó lo ocurrido en el Ecuador como “un acto de indisciplina policial”, es decir, algo casi anecdótico, de relativa significancia.
Unos 600 policías,  de un total de 40.000 que componen este cuerpo, se sublevaron reclamando por el supuesto desmonte de beneficios salariales. Durante el levantamiento se tomaron cuarteles, la sede de la Asamblea Nacional, el aeropuerto de Quito, varios edificios gubernamentales y las calles de las ciudades más importantes. Además mantuvieron secuestrado y en reclusión al Presidente por casi 12 horas en un hospital policial e intentaron obligarlo a  negociar con ellos hasta cuando el pueblo se movilizó en masa para defender a su gobierno y la seguridad personal del presidente se lanzó a su rescate con el apoyo  de policías leales y bajo las orientaciones del ejército.  La jornada dejó 8 muertos y 274 heridos.
Los hechos demuestran que los propósitos de los promotores y actores de la asonada eran mucho más ambiciosos y de mayor alcance. Se trataba de desestabilizar el país y de provocar la caída del gobierno.  Fue una conspiración para perpetrar un golpe de estado. Ante el fracaso de ese primer plan optaron por el asesinato del presidente Correa, que tampoco les funcionó.  Y fue conspiración porque hubo otros actores además de  policías. Efectivos de la Fuerza Aérea  paralizaron las actividades del aeropuerto y en las calles se vio a líderes sociales y políticos apoyando a los policías e irrumpiendo con violencia en la sede de la Televisión Estatal. Vale destacar que los policías en ningún momento mostraron disposición al diálogo que es lo procedente cuando se discuten reivindicaciones salariales.
Los golpistas no tuvieron éxito porque  fue el mismo pueblo ecuatoriano el que, pese a los riesgos, se lanzó a las calles a defender el orden constitucional y a respaldar a su gobierno. Esa presencia popular llenó todos los espacios urbanos y dio al traste con los macabros planes de los conspiradores.
Los enemigos de los gobiernos progresistas en Latinoamérica son poderosos y tienen sobrada experiencia en el manejo y control  del poder por todos los medios legítimos e ilegítimos, pero la presencia activa y resuelta de un pueblo en la calle les puede desbaratar sus planes y es capaz de cambiar el rumbo de la historia.
De otra parte, la solidaridad internacional no se hizo esperar. La OEA condenó los hechos, ofreció pleno respaldo al gobierno ecuatoriano  y  su Secretario calificó lo ocurrido como un intento de golpe de estado. Del mismo modo, UNASUR reaccionó con rapidez,  se reunió de forma urgente y extraordinaria para expresar su repudio al levantamiento y pedir sanción para los responsables. Una prueba más de que UNASUR funciona, reacciona y va aprendiendo a ser efectiva contra el golpismo. Alguna lección dejó lo ocurrido en Honduras.
No menos importante fueron la actitud valiente y decidida del Presidente Correa y la lealtad de la mayoría de las Fuerzas Armadas para conjurar el asalto de los enemigos -cercanos y lejanos- de la Revolución Ciudadana.  Enemigos que no le perdonan a Correa la orden de desalojo de la base militar norteamericana en Manta,  ni la incorporación al ALBA, ni la auditoría de la deuda externa ecuatoriana.
Qué difícil es lograr un poco de justicia social para los pueblos marginados de siempre. Es una lucha muy desigual, pero ahí va Latinoamérica, aprendiendo  y enseñando a escribir otra historia.

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