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En defensa de los árboles

Cada vez que tumban un árbol se abren más caminos al desierto.  Los árboles son guardianes de la vida, sustento capital de alimentos, protectores del cauce de los ríos, albergues de los pájaros y monumentos en la policromía del paisaje.

Cuando se habla de los árboles, por extensión se incluyen todas las especies vegetales, y su misión fundamental es la fotosíntesis, proceso que se realiza con la ayuda de la energía del sol para transformar los minerales y el gas carbónico en alimentos. La fotosíntesis hace posible la vida de todos los seres del reino animal, y además, mediante este proceso los vegetales producen el oxígeno que necesitan los seres aeróbicos para la respiración.

Un árbol en la ciudad es más que una sombra que aprieta recuerdos y emociones en la agitada ceremonia de las calles. Es un escudo de la contaminación de los ruidos y de los gases. El árbol es un aliado defensor del ambiente: siente, llora, canta y espera siempre morir de pie. 

Con sus flores deletrean los colores de la luz. Un árbol es para el mendigo el sombrero de su alcoba y del perro la pared de su llovizna. Un árbol es testigo de la noche que avanza con el miedo y de los enamorados un cofre que esconde sus murmullos.

Afortunado los que viven rodeados de árboles. Valledupar es una bella ciudad, tierra sagrada para los árboles de mangos, de robles, de olivos, y también para las especies nativas, como los campanos, los orejeros, los corazón finos y los corpulentos caracolíes (que ya casi están en extinción), y los cañaguates, que con sus flores de esplendor amarillo silencian por instante la voz del arco iris. Detenerse en el festivo cañaguate es levitar en la magia de la luz.

Los árboles son sensibles a las manos amorosas que los riegan; se ven alegres por las voces sonrientes de sus protectores y se entristecen por las faenas arboricidas de las motosierras. En verano los árboles soportan la sed, y los ríos padecen la sequía por la ausencia del camino vegetal. En la ciudad, en ocasiones, los árboles son afectados por las manos inexpertas de los podadores, que lo dejan sin ramas y sin hojas, y por los constructores, alarifes del cemento, que a veces los ven como estorbos, extraños en lugares equivocados y proceden a derrumbarlos. 

Es deber de las instituciones promover la cultura de protección y defensa de los árboles y el medio ambiente. Un árbol vive para darle vida a la vida; entibiado de luz, imponente brinda sus colores y sus gemidos son lamentos cuando el filo tronante del metal le roba el derecho a morir de pie. Un árbol también reclama la presencia de otros árboles. Nadie quiere estar solo. La soledad es carbón que deja el relámpago.

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