La posición del gobierno del expresidente Juan Manuel Santos polarizó al país bajo el discurso de que los que no estaban con el proceso de paz estaban en el lado contrario, que era el de la guerra, señalando de uribista a todo el que no compartía un proyecto que muchos veían con ojos diferentes, y sin derecho a una objeción frente a lo que se acordaba en dichos diálogos. Tanto fue su posición sobrada que sometió con arrogancia y sobradez a un plebiscito, que luego de perderlo trató de seguir con posiciones dictatoriales para que se implementara con decretos de excepción, sin respetar la decisión de las masas, con la consigna, de que, si bien había ganado el no, el estrecho margen era una división o un empate técnico como si fuera una encuesta. Es muestra de ser un mal perdedor.
Estas estrategias maquiavélicas se han convertido en una práctica muy cotidiana, ya muchos alcaldes de Colombia defienden sus medidas de toque de queda bajo el lema de primero la vida, para entrar a mediar con quienes defienden el tema de la economía. Polarizar la ciudad creando un extremo que justifica las medidas y “se alinean por la vida”, contra los sectores económicos, en el ojo de la opinión, a quienes señalan como los sectores empresariales que solo les interesa su dinero y que no les preocupa la vida de cada persona.
Estamos en una posición muy terrorista frente a las temeridades que se utilizan para argumentar una decisión que solo tiene por objeto mostrar una autoridad con la fuerza que le otorga el poder, y no con inspiración de un líder que genera confianza y pedagogía para llegar a su comunidad. Muchos son los alcaldes que continúan en campaña tratando entrar en confrontaciones de ideas con quienes fueron sus adversarios políticos en campaña, lo que alimenta una cantidad de sensaciones viscerales que les altera el sentido de pensar, escuchar y observar, afectando el poder para tomar decisiones con inteligencia emocional y basadas en el análisis crítico de un líder creativo y con innovación vanguardista.