X

En agosto nos vemos la vimos en marzo

Siempre he creído que todas las historias poseen valores de supervivencia para nosotros y que su existencia constituye un gran paso adelante en la evolución humana, dado, como dice Vogler en su obra “El viaje del escritor”, que posibilitan  un pensamiento metafórico con el que asimilar toda la sabiduría acumulada por nosotros en forma de relatos. Comparto, igualmente, la idea de que las historias son, en mayor o menor medida, mecanismos vivos y conscientes que responden a los deseos y las emociones del ser humano.

En agosto nos vemos, la obra mal llamada póstuma del escritor Gabriel García Márquez, se mostró completamente al mundo el mismo día que se celebra su natalicio. Pero este hijo o criatura parida, como le decimos los escritores a nuestros libros cuando lo hemos terminado, ya había sido proclamada en vida, incluso por él. En 1999, orgulloso de su creación le anunciaba a todos la llegada de su nueva obra, cuando hizo una lectura de uno de los relatos que la compone en la Casa América de Madrid. En ese momento la presentó como fragmento de una novela compuesta por cinco historias.

Si bien es cierto que muchos apenas habían escuchado de ella, tampoco es menos cierta la alharaca suscitada con su publicación finalmente, en donde apreciamos con cierta simpatía cómo surgen de repente cientos, por no decir miles, de estudiosos de la obra del Nobel, opinando y conceptuando cuales eminentes literatos, hallando incluso errores gramaticales en la obra. Sin embargo, aunque hoy me sienta un “lagarto” como nos denominó la escritora Carolina Sanín al referirse sobre aquellos que aún nos sumergimos con sentida emoción y nos dejamos fascinar por cualquier frase que haya escrito nuestro escritor macondiano cuando opinó sobre la nueva obra, no puedo dejar de expresar mi agrado ante la novela que ya leí. Una novela centrada en el amor, una obra en donde se puede observar la capacidad de invención del escritor, la poesía del lenguaje, esa narrativa cautivadora a la que nos acostumbró, ese entendimiento del ser humano y el aprecio por sus vivencias y sus desventuras, sobre todo en el amor, tema principal de toda su obra. 

Quizás haya sido su último esfuerzo por seguir escribiendo en la última parte de su vida, tal vez, no haya soplado con la fuerza de sus años de plenitud y sus palabras regadas no las consideró en su momento bien plantadas como él hubiera querido, pero hoy debemos agradecer a Gonzalo y a Rodrigo, sus hijos, el habernos permitido disfrutar por completo esa última criatura engendrada por aquel soñador y amante de fantasías porque cuando un escritor plasma su pensamiento en el papel ya ha perdido el derecho de evitar a que los demás se enteren del mismo.

Se ha creado, incluso, una historia antes de que la verdadera historia contada en la novela se hubiera conocido por completo, muchos fueron los elementos concurrentes a la hora de provocarla, comenzando, como dije, que “En agosto nos vemos” la vimos (y hasta la leímos) en marzo; el debate surgido en cuanto al respeto por la voluntad del escritor de manifestar que no se publicara porque no estaba lista aunque estuviera lista; que esta parafernalia obedecía a un gran negocio de editorial, ¿y qué si es así?, si lo que promocionan vale la pena hay que pagar lo que sea para tenerlo.  

Ahora bien, que no vengan con cuentos los que se creen eruditos en literatura opinando a machetazos y destruyendo la novela, diciendo que ésta no tiene el valor literario suficiente para ser considerada una obra maravillosa del genio que fue García Márquez; quizás tales críticas deban apreciarse con beneficio de inventario, siempre y cuando los argumentos que las soporten merezcan análisis serios, pero lo que uno observa es la respiración agónica por la herida de muchos que sueñan ascender al menos hasta la mitad de los cielos como “Remedios la bella”.     

POR: JAIRO MEJÍA.

Categories: Columnista
Jairo Mejía Cuello: