“Es semejante a un padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (San Mateo 13,52).
En este tiempo de sequía prolongado y la llegada de las lluvias, me hago la imagen mental sobre la diferencia entre los canales y los embalses: un canal es un cauce artificial o natural por donde se conduce el agua para darle salida o transportarla para usos comunes. El embalse es un gran depósito que se forma cerrando la boca de un valle mediante un dique o presa y en el que se almacenan las aguas de un río o arroyo para luego utilizarla en riegos, abastecimiento o producción de energía. El canal es solamente un medio de transporte, se seca con mucha rapidez, después que frena de llover. En cambio, un embalse, represa, almacena y contiene primero para sí mismo y luego para verter.
Estamos llamados a vivir de tal manera que guardemos, cuales embalses, reservas en nuestros corazones y luego ofrezcamos la provisión desde esa situación de abundancia. Somos llamados a vivir como embalses, reteniendo el fluir de Dios en nosotros para poder compartirlo con otros; no como canales, que tenemos provisión, pero después de un corto tiempo estamos secos de nuevo. Recibimos de Dios e inmediatamente lo gastamos. Son muchas las personas que viven como canales, no tienen reservas de agua y todo lo que reciben lo botan, son tacaños con ellos mismos y no tienen acopios espirituales para cuidar su propio corazón.
Dios ha prometido llenar nuestros depósitos con amor y abundancia y cuando nuestro corazón está lleno, como un embalse, rebosa de cosas buenas y de experiencias maravillosas. La vida nos hace secos y nosotros lo aceptamos como una forma normal de vida, pero no tiene que ser así. Cuando cuidamos nuestra relación con Dios, y comenzamos a dar de todo aquello depositado en nuestro corazón, dejamos de ser egoístas y pensamos en los demás. Pero, ¿qué podemos dar a otros si nuestro corazón está vacío y atribulado, seco cual canal?
Nuestros corazones son como ese embalse que Dios quiere llenar. Ese es el lugar donde Dios mora. Es donde tenemos comunión con él. Es donde escuchamos su voz. Es el lugar de la intimidad. Muchas veces no escuchamos la voz de Dios porque vive lejos de nuestro corazón, somos fieles en guardar los principios, pero desconectados de su presencia, sin encontrar la vida abundante prometida. Nuestro corazón es el lugar donde la vida fluye, es la parte más profunda del ser, es la fuente de vida interior. Dios quiere darnos Su vida, nuestra parte es mantener el reservorio lleno, el canal limpio para que pueda fluir hacia otros, y lo hacemos cuidando nuestro propio corazón.
Aprovechemos todo lo que Dios nos envía. Vamos a necesitar todo lo que nos ayude para ver con los ojos del corazón, incluyendo el amor por el entorno, la familia y los amigos; pero, sobre todo, permitiendo que nos iluminen las palabras que Dios nos ha dado en las Escrituras: “… a la cual hacemos bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana salga en nuestros corazones”. ¡Seamos embalses llenos de amor que abre sus esclusas para que los canales del cielo trasporten la gracia de Dios e inunde los corazones de todos!
Abrazos y bendiciones abundantes.
Valerio Mejía Araújo