“Entonces él les dijo: ¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo los que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?” Lc. 24,25-26.
Los discípulos que caminaban hacia Emaús estaban entristecidos y confundidos por los últimos acontecimientos. Habían compartido con el Mesías y descubierto increíbles cualidades de su persona y su mensaje. Tenían planes a largo plazo y se imaginaban un apasionante y extraordinario futuro de prosperidad y libertad a su lado. Pero, ahora, todo quedaba en la ruina. Cristo había sido quitado de sus vidas y colgado en un madero como el más vil de los malhechores. Y de remate: Todos sus amigos habían huido, se dispersaron llenos de pánico.
La depresión y el desánimo de estos dos, se debe en parte a que no han podido quitar los ojos de la calamidad que les ha acontecido. No logran retroceder en el tiempo para rescatar y recordar las palabras que él les había dado con respecto a ese preciso momento. La única punzante realidad que ellos conocen es ese sentimiento de abandono y soledad. Por estar detenidos en los acontecimientos del pasado, no encuentran los elementos para reconstruir su realidad, mucho menos para hacerle frente al futuro.
Cristo se les une en el camino, llega a ellos en forma anónima y les recuerda, comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, lo que las Escrituras decían de él. Es decir, Cristo los elevó por encima de lo inmediato y consiguió despertarlos de su letargo espiritual para darles una perspectiva más real de los acontecimientos. Cristo los insertó en el desarrollo de la historia, según la visión propia del Dios de la eternidad.
Amados amigos lectores, Cuán importante es poseer la capacidad de salir de lo inmediato para contemplar nuestra realidad dentro del marco del accionar de Dios a lo largo de los siglos. Pensando en eso, tenemos la tendencia a creer que la vida comienza y termina con nosotros, que todo lo que hacemos nació por iniciativa propia y que todo gira en torno de nuestra existencia. Con esta perspectiva tan pequeña de las cosas, nuestros esfuerzos e inversiones tienden a ser temporales y nuestro compromiso pasajero. Es menester, sin embargo, ver nuestra existencia a la luz de la historia de un pueblo que ha caminado con el Señor, llamado la Iglesia, el cuerpo de Cristo. No existimos en un vacío, sino que nuestras vidas son parte de la marcha de una nación santa, apartada para Dios con un propósito eterno.
Cuando logremos entender que lo nuestro es una parte muy pequeña de algo mucho más grande que nosotros, que somos parte de un colectivo mayor que nos envuelve, entonces nuestro sentido de importancia disminuirá notablemente. No somos indispensables en los propósitos de Dios, ni lo que estamos haciendo resulta tan fundamental como creemos. Se nos ha concedido la gracia de participar en los proyectos eternos del Señor, pero mucho antes de que nosotros llegáramos, él ya estaba moviéndose y mucho después de que hayamos desaparecido, él continuará moviéndose.
Lo nuestro solamente tendrá sentido cuando se contemple dentro de las pinceladas del Dios de bondad a quien servimos. Mi oración para que podamos descubrir y disfrutar los planes de amor que Dios tiene para cada uno.
Un abrazo y abundantes bendiciones.