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Elegía de pavimento caliente

¡Sea quien sea el próximo presidente nos irá mal, y en este mundial Colombia tampoco será campeón de fútbol! Qué más da. En lugar de preparar los huevos fritos con pan y té, que normalmente desayuno, salí a una panadería de la plaza central del pueblo y me senté a compartir mesa con un señor que aunque reconocí de cara no sabía quién era. Al fondo un par de mininos multicolores resguardaban la cocina y la bodega. (No sé qué tienen los gatos que los hace aristocráticos, urbanos y salvajes, tampoco en qué momento se convirtieron en íconos de la bohemia y la poesía- seguramente al ser compañeros de brujas, sobre todo en caso de ser negritos. Nunca lo he indagado, aunque no faltará entre los lectores quien sepa más sobre esta especie que ha adaptado al hombre a su vida sin prescindir de su independencia mientras aprovechan las ventajas de servirse a cambio del ejercicio minúsculo de controlar plagas que, como en La peste de Camus, puedan amenazar a la salud.) Luego de unos minutos invadidos por la música incidental de la mañana, empezó este señor a contarme sin preámbulos que no estaba de acuerdo con los insultos públicos de los simpatizantes de los políticos, gritándose lo que es y lo que no es. -El pueblo peleando por sus verdugos, tomando partido. Qué risa- pensé irónicamente, mientras respondí con una sonrisa a mi interlocutor.
En el año seteintaisiete (¿o setentaiseis? No recuerdo aunque no importa con exactitud la fecha salvo para hacer conjeturas sobre el mandato que alcahueteaba esto), trabajaba como secretario en una de esas oficinas burocráticas que desde siempre han pululado en nuestro país para sangrar impuestos y él, de buenagente, había dejado al subalterno que encontró al llegar a remplazar al saliente empleado. Me contó que un día, luego de entablar cierta cercanía, este señor le dijo con reserva que con su anterior jefe alteraban la nómina para obtener cuatrocientos mil pesos mensuales para cada uno. Me dijo el señor que al principio se imaginó que era una trampa que le tendía este tipo para intentar rodarle la butaca, por lo que los primeros días no aceptó la propuesta, pero que sin embargo pudo más la insistencia del subalterno, que logró finalmente convencerlo.
-Todos los veintiocho nos tocaban cuatrocientos mil pesos a cada uno, eso era plata en ese entonces- me dijo- y eso que ahora la corrupción está más fuerte que antes…
-Calcule- le contesté, mientras me levantaba a pagar la cuenta e irme a mis quehaceres diarios- alimentar a mis gatos entre ellos. (Los gatos han sido siempre una especie aparte, a la que no le sientan anillos ni corbatas. Son capaces de hacerse los obedientes, hasta cierto punto, con tal de obtener los placeres de su supuesto domesticador (a). Los deberes tampoco le sientan a su dignidad, prefieren dormir de día para, en las noches, ir de techo en techo maullándole a la luna sus elegías de pavimento caliente).

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