Cada día he de agradecer a la vida no haber aparecido en el mundo de la opulencia y ser miserable, como tampoco en el de las necesidades permanentes que me hayan negado espacios para la felicidad esporádica.
Yo conocí la pobreza no en forma de miseria y aún la vivo mientras la tenga de compañía en mi entorno, pero no me arrepiento de haberla conocido por las grandes enseñanzas que me ha dejado para ayudar a combatirla y ha permitido convencerme que solo podrá ser un buen líder, dirigente o gobernante aquel que hubiere convivido alguna vez con la pobreza.
La pobreza es una herida abierta en la humanidad que nunca podrá cerrar si no encuentra refugio en manos misericordiosas y en normativas donde la caridad humana se acomode en sus pensamientos. La pobreza nos hace pensar que el infierno está aquí en la tierra y que los ángeles del mal la asedian en cada esquina, en forma desprevenida y con ojos de humildad. Es como una mancha que se aferra a aquellos que no han tenido la fortuna de nacer con las mismas oportunidades que otros. Es una injusticia que hace que las desigualdades sociales se mantengan inamovibles y que la educación se convierta en un privilegio y la cultura en un lujo.
La pobreza no solo es una falta de recursos materiales, pues aquí la materia ni siquiera existe perdiéndose la menor oportunidad de vida.
La pobreza no nos permite sino la súplica y nos aparta de la posibilidad de un lugar donde poder recostar nuestros sueños y alimentar pequeños momentos de felicidad que nos ayuden a pensar que podríamos por lo menos ser dueños de una sonrisa. La pobreza es el resultado de un sistema que favorece a los poderosos indolentes y oprime a los pobres.
Millones de vidas viven bajo su amparo; perdón, no viven, subsisten y han tenido que abandonar su hogar para buscar trabajo en lugares desconocidos y peligrosos, jugando a la escondida con la suerte y mendigando con la ocasión para suplir una necesidad ante otra prioritaria, como son todas.
La pobreza nos quita la dignidad de tener un hogar seguro, un paliativo para las enfermedades o un acceso para distinguir entre una letra y un número o tomar un vaso con agua pura acompañada de un seguro mendrugo de pan; dignidad de tener el derecho a soñar y tener esperanza en un futuro mejor para uno mismo y para los que amamos.
Es fácil mirar a las personas que están atrapadas en la pobreza y culparlas sin imaginar que quienes tienen más dinero tienen más oportunidades, mientras que los que poseen menos o no lo tienen, deben luchar por cada oportunidad.
La pobreza es una elección que no se hace, es el destino quien la elige y con su dedo la impone como una crueldad que no podemos dejar pasar por alto y que hay que combatir no siendo permisivos con la riqueza abusiva que a la larga es la base de la inequidad y del repudio social.
La pobreza es una sombra que se cierne sobre la humanidad, opacando la esperanza y la felicidad de los más vulnerables. Hay que trabajar para crear un mundo donde todos tengan las mismas oportunidades y la dignidad que merecen.
La pobreza no es solo una falta de recursos, es una falta de valores, de ética y moralidad. Es un reflejo de nuestra sociedad que olvida la importancia de la justicia social. La pobreza es difícil de expresar, pero es importante recordar que, como seres de Dios, tenemos una responsabilidad para marcar la diferencia en este mundo nuestro. No vale la pena la riqueza si vivimos permanentemente en un entorno de pobreza sin hacer nada por derrotarla.
La pobreza viene de Dios, pero no como un castigo sino como símbolo de fortaleza, resignación y riqueza del alma para comprender la sensibilidad de la naturaleza y su origen.
La pobreza es como la imagen de Cristo y para compararla basta con leer los versos finales de un hermoso poema de la maestra de los chilenos, la gran Gabriela Mistral cuando concluye diciendo:
Vaya a buscarla en las calles
Entre las gentes sin techo,
En hospicios y hospitales
Donde haya gente muriendo
En los centros de acogida
En que abandonan a viejos,
En el pueblo marginado,
Entre los niños hambrientos,
En mujeres maltratadas,
En personas sin empleo.
Pero la imagen de Cristo
No la busque en los museos,
No la busque en las estatuas,
En los altares y templos.
Ni siga en las procesiones
Los pasos del Nazareno,
No la busque de madera,
De bronce de piedra o yeso,
¡mejor busque entre los pobres
Su imagen de carne y hueso ¡
Por: Fausto Cotes N.