Por Ricardo Gutiérrez
El Cerro de Maco que hace parte de los Montes de María, es el eterno vigilante y la fuente inspiradora de la riqueza creativa de los Sanjacinteros, cuyos primeros pobladores, la cultura Zenú se caracterizaron por su laboriosidad e ingenio en la agricultura, las artes y en el tejido de hamacas. Esa topografía favorece un clima que influenciado por los vientos alisios, facilitan las reuniones donde los músicos haciendo gala de su herencia ancestral construyen preciosas obras musicales. Los Farotos con sus danzas, evocan a los indígenas que se disfrazaban con el vestuario de sus mujeres, para protegerlas de los españoles que las asediaban. Según la tradición el Mama, adornado por llamativos colorines que baila en medio de dos filas, lleva un perrero para darle al bailarín que no lleve el ritmo.
En ese ambiente innovador, Los gaiteros de San Jacinto, han conservado la música tradicional de gaitas y tambores heredada del mestizaje indígena. El acordeón llegó producto de la integración comercial y cultural e incorporó a la música nativa, los ritmos europeos, los ritmos cubanos y mejicanos. Al integrarse con el tambor y las gaitas, gestó un ritmo parecido al vallenato que lo llamaron "son", que eran canciones sin identificación de ritmos. Producto de esta integración fueron acogidas las creaciones, motivando la producción de las " gaitas " que también llamadas "cumbias". Exponente destacado fue Andrés Landero quien inicialmente fue un versado gaitero que aprendió los secretos del acordeón, utilizando sólo tres dedos.
En San Jacinto, en ese ambiente de comercio y de música se gestaron los amores de Miguel Pacheco Blanco y Mercedes Anillo, padres de Adolfo, quien además de ser compositor de La Hamaca grande, El viejo Miguel, El mochuelo, Mercedes, y muchas más, es un distinguido abogado, graduado a los 43 años en la Universidad de Cartagena después de muchas vicisitudes.
Miguel fue un campesino humilde muy inteligente, de piel morena por eso le decían " El mojino", descendiente de raza negra, por parte de su bisabuela Crucita Estrada, casada con el Ocañero Laureano Pacheco. El disfrutaba con la banda del pueblo su canción preferida: "El perro de Petrona" y compartía con su amigo Toño Fernández, alma de los Gaiteros de San Jacinto, quien igual que Teófilo Mendoza, le puso letras a las gaitas. A Miguel no le gustaba que Adolfo se dedicara a la música, consideraba que era “una perdición".
Mercedes era descendiente de judíos, cantaba en reuniones familiares y apoyaba las inquietudes musicales de Adolfo. Miguel tenía un salón de baile llamado El Gurrufero, sinónimo de caballo descuidado, que ofrecía grandes festines con la música que traía de Barranquilla, igual lo hacía en su Caseta "San Andrés" donde presentaba conjuntos musicales.
Mercedes murió dejando a Adolfo de nueve años, partida que puso a Miguel frente a un gran desafío, pero sucumbió ante el alcohol y aunque la muerte jamás lo separó de Mercedes, le parecía que sólo era un sueño y que los sueños no tienen distancia. Sintió como la soledad y la tristeza invadieron su corazón, se desanimó y al abandonar sus negocios, se fue a la bancarrota.
En el merengue "El viejo Miguel" Adolfo describe cuando su padre salió de San Jacinto, desconsolado, a vivir a Barranquilla: "Buscando consuelo/ buscando paz y tranquilidad/el Viejo Miguel del pueblo se fue muy decepcionado”.