La frase que titula esta columna, y que hoy acompaña esta reflexión, la escuché de personas con las que compartía en un evento de un think tank en Barranquilla llamado @colibreorg, en compañía de mis amigos de @latertuliavpr. Esta sencilla pero profunda afirmación me hizo cuestionar la manera en que abordamos los problemas sociales y políticos hoy en día.
Vivimos en una era donde los problemas, al igual que las tendencias, parecen tener fecha de caducidad. Hoy, las redes sociales y los medios de comunicación amplifican el ciclo frenético de la actualidad: un tema es viral por unos días, semanas si tiene suerte, y luego desaparece del radar colectivo, solo para ser reemplazado por el siguiente escándalo, la próxima causa o la más reciente tragedia. Pero, ¿qué pasa con esos problemas que quedan sin resolver? ¿Cómo lidiamos con las consecuencias de esta superficialidad que nos lleva a olvidar lo que realmente importa?
Hace unos años, la crisis ambiental era el tema de moda. Los titulares hablaban de incendios forestales, deshielos y el cambio climático. Aunque el planeta sigue calentándose, los océanos suben de nivel y los ecosistemas se deterioran, ya nadie parece estar hablando de ello con la misma urgencia. La crisis del Amazonas, por ejemplo, ocupó portadas durante semanas, pero, ¿cuándo fue la última vez que escuchamos de ella? Pasó de moda, como pasa todo.
En un contexto más cercano, tanto en Valledupar como en toda la región Caribe, hemos sido testigos de cómo los problemas más críticos se disipan de la conversación pública apenas dejan de ser “novedades”. La inseguridad en Valledupar es un ejemplo claro. Por un tiempo fue el tema de conversación en todas partes: en las reuniones familiares, en los medios de comunicación locales, en las calles.
La indignación por la falta de acciones concretas, las promesas de las autoridades y la sensación de vivir con miedo marcaron la pauta durante días, hasta que, eventualmente, las conversaciones comenzaron a diluirse y el tema dejó de ser prioridad. Sin embargo, los robos continúan, la percepción de inseguridad persiste, y lo que antes era una preocupación compartida ahora parece ser una resignación silenciosa.
Pero esto no es exclusivo de Valledupar. Ciudades como Barranquilla, Santa Marta y Montería también enfrentan problemas de larga data que parecen pasar de moda. La crisis de servicios públicos, los altos niveles de pobreza, el acceso deficiente a la salud, la corrupción en la administración local, y los problemas de infraestructura son situaciones que afectan a toda la región Caribe.
Estos temas, que deberían mantenerse en el centro del debate, tienden a perder protagonismo frente a otras coyunturas que ocupan los titulares momentáneamente. Un día, el estado de las vías en la región es motivo de protesta, y al siguiente, es simplemente parte del paisaje. Mientras tanto, las comunidades siguen sufriendo las consecuencias de estas carencias.
Algo similar sucede con temas sociales y políticos. Un día, la lucha por los derechos humanos está en boca de todos, y al siguiente, las mismas injusticias son olvidadas porque ya no son “noticia.” Pasamos de la indignación pública a la apatía generalizada. Esto es un síntoma de una sociedad que consume información como si fuera entretenimiento, donde los problemas no son más que productos con una vida útil corta.
Este fenómeno tiene consecuencias profundas. Al convertir las causas y las luchas en modas pasajeras, despojamos de importancia a los problemas estructurales que persisten. La desigualdad, la pobreza, el racismo, la violencia de género o la crisis de salud mental no se solucionan con una publicación viral o una oleada de tuits indignados. Requieren cambios sistémicos, políticas públicas sólidas y compromiso sostenido, no solo la atención fugaz que dictan las tendencias del momento.
El verdadero desafío está en mantener el enfoque. Los problemas reales no desaparecen porque dejemos de hablar de ellos. En Valledupar y en la región Caribe, es nuestra responsabilidad no dejarnos arrastrar por la corriente superficial de la inmediatez y recordar que, aunque pasen de moda, los problemas siguen ahí, esperando soluciones que no llegan.
Por Tatiana Barros