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El valor agregado de “La Pola”

Por: Raúl Bermúdez Márquez

Los realizadores de “La Pola”, tal vez no se imaginaron que un seriado televisivo cuya intención se reducía a recrear un amor contrariado en los comienzos del siglo XIX, entre una mestiza de nombre sonoro llamada Policarpa Salavarrieta y un conquistador español, el alférez Alejandro Zabaraín,  generaría como valor agregado una ola de inquietud de muchos colombianos por adentrarse en auscultar sobre la verdadera historia de Colombia.
Historia muy distinta de aquella romanticona que muchos profesores de la asignatura hacían recitar de memoria a sus educandos en la escuela secundaria. En efecto: a la par de mostrar la sociedad de prejuicios que justificaba y fomentaba la opresión, la discriminación y la dominación de unas clases sociales sobre otras; al tiempo de detenerse en detalles intrascendentes, como aquel de la hermana de “La Pola”, Catalina, unida por conveniencia a un criollo esclavista de nombre Domingo, que estaba muy por debajo de las expectativas eróticas de su mujer, lo cual la lleva a tener sueños, según ella, pecaminosos, con uno de sus fornidos esclavos; insisto, en medio de todas esas escenas alargadas que aprovechan el alto “ratting”, en la serie se cuelan aspectos de nuestra guerra de independencia que han tomado por sorpresa a mucha gente.
Por ejemplo, me imagino que a estas alturas, muchos estudiantes del nivel secundario habrán tenido que bombardear al profesor con nuevas preguntas. ¿Es verdad que Camilo Torres, Jorge Tadeo Lozano, los hermanos Acevedo y Gómez y hasta el sabio Caldas, -integrantes de la primera Junta de Gobierno de Santafé-, una vez instalados allí lo que propiciaron fue un simple cambio de yugo?  ¿Es verdad que actuaron con sevicia, alevosía y premeditación en contra de los verdaderos caudillos populares, entre ellos, Antonio Nariño y José María Carbonell?  Ya el historiador Indalecio Liévano Aguirre, en una obra muy completa sobre nuestra historia, “Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia”, lo apuntaba con gran precisión: “Asegurado Carbonell en la prisión, correspondió a don Antonio Nariño ser la segunda víctima. Quien tradujo los Derechos del Hombre, quien conoció las principales cárceles coloniales y padeció encierro en las más sombrías prisiones de la Metrópoli, pudo descubrir ahora el ominoso significado de la desconfianza que han profesado siempre las oligarquías a las personalidades eminentes…
Mientras los nuevos mandatarios se ocupaban de rendir honores desmedidos a quienes tenían la confianza de la camarilla gobernante, a Nariño no se le prestó atención, su nombre se rodeó de un silencio intencional y le fueron negados hasta los recursos indispensables para trasladarse a Santafé, porque se temía, con fundamento, que su prestigio le convirtiera automáticamente, en vocero de un pueblo sobre el cual se había establecido una nueva tiranía”.
A estos lamentables episodios, algún historiador acucioso los ubica como los inicios de la llamada Patria Boba. Pero en mi modesto entender, se comete un error al decir que ese período comenzó en 1810 y terminó en 1816 con la reconquista de España en cabeza del “pacificador” Murillo que llegó, torturó, y fusiló hasta los mismos integrantes de la primera junta de Santafé.  Y se incurre en una equivocación porque el período de la Patria Boba, se reinicia después del 7 de Agosto de 1819, cuando Santanderistas y seguidores del León de Apure, José Antonio Páez, en luchas intestinas estériles, sabotearon el mejor experimento de unidad de que se tenga conocimiento en Latinoamérica: La Gran Colombia. Y siguió después de 1830, con el destrozo entre Centralistas y Federalistas, con las 32 guerras civiles fratricidas del siglo XIX cuyo clímax se presentó con la de los 1000 días que abonó las condiciones para la segregación de Panamá en 1903. Continuó, con la masacre de las bananeras en 1928, con el asesinato de Gaitán en 1948 y con la llamada “época de la violencia” que supuestamente culminó en 1957 con el pacto de Sitges o Frente Nacional firmado en España entre Alberto Lleras y Laureano Gómez. Siguieron el narcotráfico, las guerrillas, los paracos, las bandas criminales, y aún hoy no hemos podido superar ese tristemente célebre período que algún día a alguien se le ocurrió llamar, “La patria boba”.

raubermar@yahoo.com

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