La Biblioteca Nacional heredó hace unos años más de 50.000 fotografías que conforman el Archivo Nereo, el fotógrafo de Aracataca que inició su trabajo recorriendo el Magdalena Grande, incluyendo a Valledupar y La Paz, donde vivía su gran amigo Manuel Zapata Olivella. La mayoría de estas fotos no están digitalizadas, de modo que el escritor vallenato Alonso Sánchez Baute tuvo que usar guantes las dos semanas largas que dedicó a observarlas y clasificarlas para, al final, quedarse con menos de una veintena que hoy hacen parte de La hamaca grande, la exposición sobre la historia de la música vallenata.
Igual que con las fotografías, debió hacer también en la sección de mapas de la Biblioteca Nacional y en la Hemeroteca, donde revisó la colección de revistas y periódicos nacionales publicados antes de 1960, hasta encontrar apenas cinco o seis artículos que sirvieran para contar cuándo y de qué forma la música de Francisco el hombre comenzó a conocerse más allá de las fronteras del Valle de Upar. “Más que escribir, lo que me encanta es investigar: abrir una ventana que conduce a otra y luego a otra hasta encontrar el nombre, la fecha o el personaje donde todo inició”, se le oye decir en una entrevista que concedió a un telenoticiero nacional.
Durante más de un año Sánchez Baute se metió de tiempo completo a adelantar esta investigación, leyendo todos los libros y ensayos que se han escrito sobre el tema, pero no solo deambuló como un fantasma por la Biblioteca Nacional o por la Luis Ángel Arango. El archivo de Señal Memoria también se le volvió un lugar recurrente. Allí estuvo muchas veces oyendo y fotografiando elepés (esta vez también tuvo que usar guantes para poder tocarlos pues, según cuenta, se trata de documentos muy viejos que pueden dañarse con el contacto humano), sino también viendo programas de televisión donde aparecieran noticias o crónicas sobre el vallenato. O viendo las únicas cinco películas que tienen de fondo esta música, las cuales conserva la Fundación Patrimonio Fílmico.
A todo esto se le suma el trabajo de campo, particularmente en Valledupar. “Antes de iniciar la investigación pensaba que la Fundación Festival Vallenato era una especie de Archivo de Indias de Sevilla donde encontraría toda la documentación necesaria para escribir el guion de la exposición, pero me topé con la desafortunada noticia de que nunca se han preocupado por la recopilación de la memoria del vallenato y que se trata tan solo de un ente encargado de hacer una fiesta cada año”, afirma el escritor. Tampoco en la Alcaldía, en la Gobernación o en la Academia de Historia existe este tipo de documentación.
“Si alguien de fuera de la ciudad quiere adelantar una investigación se va a dar contra una pared –dice también-. Por fortuna muchísima gente me colaboró en la investigación. Y esto es de resaltar: el vallenato no solo es hospitalario sino también generoso con la información”.
Se refiere a los investigadores y folclorólogos a los que acudió en busca de información. Ricardo Gutiérrez Gutiérrez, Ciro Quiróz, Beto Murgas, Rodolfo Quintero, La Polla Monsalvo, Celso Guerra, los hermanos Pavajeau Molina. Estos y muchos más nombres están listados, como agradecimiento, a la entrada de la exposición en la Biblioteca Nacional. Pero hay un nombre que se repite a lo largo de toda la muestra: Julio Oñate Martínez, quien, según dice Loncho, como lo llaman sus amigos, no solo fue la sombra de esta exposición sino también quien facilitó los acordeones que los visitantes a la muestra se detienen a mirar embelesados y a fotografiar. Además de estos nombres, el escritor se muestra muy agradecido también con José Eduardo Vidal Oñate, quien hizo el trabajo de museografía que tanto ha gustado por su belleza estética. “Jose tiene un enorme talento y desde el principio fue mi gran aliado en esta aventura. Sin su complicidad no hubiéramos visto nunca esta exposición”.
Además de la investigación y de la puesta en escena que incluye no solo instrumentos musicales sino también las fotografías de Nereo, una pared repleta de caratulas de los elepés del inicio de esta música, una vieja radio en la que se escucha la primera entrevista que Escalona concedió a la HJCK en 1956 y hasta un par de cráneos de vacas y chivos que ambientan el lugar, llama la atención el lugar mismo que hospeda la exposición. Desde su construcción hace más de cien años, la Biblioteca Nacional es uno de los edificios más solemnes y silenciosos de la cultura nacional. Nunca antes había albergado no solo una exposición sobre la música vallenata sino, incluso, ni siquiera sobre la música popular.
¿Por qué esta exposición se muestra entonces en ese lugar? Sánchez Baute nos cuenta que cada año la Biblioteca realiza una gran exposición alrededor de la literatura nacional, como los 150 años de María, sobre La Vorágine o sobre la obra de Rafael Pombo. “Al inicio de esta gobernación le dije a la directora de la Biblioteca Rafael Carrillo que tenía una serie de ideas para desarrollar en Valledupar pero no me pararon bolas porque, como dicen por ahí, nadie es profeta en su tierra. Por fortuna, cuando nos cierran una puerta se nos abren muchas otras. Le presenté el proyecto a Consuelo Gaitán, directora de la Biblioteca Nacional y ni siquiera lo pensó: de inmediato dijo que sí. Tanto ella como su equipo se adueñaron de la idea desde el primer momento”.
Desde antes de su inauguración, a la Biblioteca han llegado sendas cartas solicitando en préstamo la exposición tan pronto cierre sus puertas en Bogotá, el próximo 30 de noviembre.
Le preguntamos al escritor si será Valledupar la próxima parada. “La exposición es de la Biblioteca y ellos son los que deciden, pero si se hizo para divulgar el vallenato yo preferiría verla recorriendo el mundo en los salones de la UNESCO en París, o en Madrid o en Washington o en Moscú, como hicieron con la de García Márquez, que la mostraron hasta en Japón. Además, Valledupar debería tener su propio museo sobre nuestra música, antes que conformarse con una exposición temporal”.
Todos los medios nacionales más importantes, impresos, de radio o de televisión, han hecho un gran cubrimiento de la exposición. Incluso el noticiero CMI transmitió en directo la noche de la inauguración, el pasado 10 de mayo. Desde ese día, a los salones de la Biblioteca Nacional llegan a ver la muestra cada día decenas de personas. ¡Y de veras vale la pena la visita! no solo por la historia que cuenta sino porque, al recorrerla, el espectador siente que camina por un rincón de Valledupar a pesar del frío y de la lluvia de Bogotá.