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El vallenato: del canto al cuento

Compartiré con los lectores, a través de reseñas, la lectura del libro «Para que no se las lleve el viento», una compilación de más de cien entrevistas hechas a Gabriel García Márquez en Colombia y en medios de comunicación extranjeros, desde 1954 hasta 2010. Una hazaña de Fernando Jaramillo, el compilador y editor. La edición leída es de 2019. A pesar de lo reticente que era Gabo para dejarse entrevistar, Jaramillo necesitó de 753 pp. para imprimir, en edición rústica, un volumen donde “no está todo el universo de entrevistas”. Pero tampoco se echan de menos las que faltan, dado que los entrevistadores recurren con frecuencia a iguales o similares preguntas, para idénticas o parecidas respuestas.

Aparte de actualizar la memoria con este meritorio trabajo, varios tópicos despiertan especial interés, entre ellos las innumerables veces en que Gabo reconoce el invaluable aporte del vallenato en la elaboración de su obra literaria: “… más que cualquier otro libro, lo que me abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos”. Con la pertinente salvedad: “Lo que hice con mi instrumento literario es lo mismo que hacen los autores vallenatos con sus instrumentos musicales. Sólo que yo lo hice con unas posibilidades literarias más evolucionadas, porque una novela es un producto más culturizado, pero el origen es el mismo”.

Ese y otros testimonios de Gabo fueron determinantes para la difusión universal de esta música, que hasta la década del 70 del siglo pasado apenas tenía alcance provinciano. Esto me hace pensar ahora que, en la provincia vallenata, algunos cantantes parecen ignorar cuánto le debe el vallenato a nuestro Premio Nobel.

Cada vez que se presentaba la ocasión, Gabo la aprovechaba para dar noticias de sus orígenes como contador de historias. Raíces que penetran hasta la niñez del escritor: “… en Aracataca cuando yo tenía la pasión de que me contaran cuentos, vi, muy niño, el primer acordionero (sic). Los acordioneros que salían de la provincia de Valledupar, que aparecían en Aracataca cantando las noticias de su región. Recuerdo a un viejito que estaba sentado en una especie de feria en Aracataca y tenía el acordeón puesto en el suelo al lado de él…, hasta que de pronto él sacó su acordeón… Lo vi, y entonces el hombre empezó a cantar un cuento, a contar una historia. Y para mí fue una revelación, cómo se podían contar historias cantadas, cómo se podía saber de otros mundos y de otros países y de otras gentes a través de las cosas que contaban cantando”.

Dos influencias decisivas tuvo Gabo: la oralidad de su abuela, que le dio el tono que necesitaba para el estilo del «realismo mágico», “mediante el cual lo fantástico y lo mítico se funden con lo cotidiano”; y, una vez más, el vallenato, más relevante incluso que el caudal de libros leídos: “El cine le aporta a la novela una influencia técnica… enriquece la manera de contar. Pero tengo más influencias de las canciones vallenatas, que del cine y la literatura”.

Y no faltó el lado cómico para expresar su gratitud, como lo enfatizaba en 1982: “Hace 20 años, nadie sabía lo que era el vallenato o la salsa y fíjate que hoy los mismos cachacos bailan mejor que los costeños”.

donaldomendoza1953@hotmail.com / Por Donaldo Mendoza

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