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El Uno y el Otro *

MISCELÁNEA

Por Luis Augusto González Pimienta

Aunque parezca una fábula es una historia real.  La cuestión no es novedosa, ya que la literatura y el cine se han ocupado de ella en repetidas ocasiones. No obstante, parece lejano el día en que se agote el tema.

Empecemos. Un joven profesional, independiente, recatado, de hidalga familia, excelentes costumbres y finos modales, que ocupa un lugar preeminente en la sociedad por las anotadas virtudes y por otras más que en el decurso de esta crónica irán apareciendo, será aquel a quien en adelante denominaré el Uno.

Un joven de la misma profesión que el anterior, desenfadado, bohemio, parlanchín, soez, de costumbres licenciosas, sometido por el licor, capaz de las más extravagantes audacias, de modales grotescos y otros defectos que seguiré enunciando, será a partir de este momento el Otro.

No se trata de hacer un cuadro comparativo entre distintas personalidades que induzca a un estudio sicosociológico para establecer los móviles de tales comportamientos.  Eso es de competencia de los especialistas. Es un simple recuento, sin apremios ni pretensiones.

El asunto es que los dos jóvenes son uno solo; o el mismo. Como el doctor Jekill y míster Hyde, la conocida creación de Stevenson, llevada al teatro y al cine, en varias versiones. En la obra literaria la personalidad múltiple en un mismo ser proviene de un experimento del médico Jekill, que descubre una sustancia química capaz de transformarlo en el monstruoso señor Hyde, primero a voluntad y luego sin control. En nuestro caso, el Uno y el Otro también se transforman, representando los dos extremos, el bien y el mal, por causas desconocidas. A menos que, sin que lo intuyamos, el Uno sea un avezado científico que oculta su secreto.

Como es de suponer, el Uno y el Otro tienen distintos hábitos y comparten diferentes amistades.  El Uno, es un católico ejemplar, de misa dominical con comunión incluida.  El Otro, un bebedor compulsivo e incontrolable, que se desdobla a partir de la primera copa. El Uno es reservado, prudente, de frases cortas y sensatas. El Otro, dicharachero, imprudente, deslenguado y delirante.  La moderación caracteriza al Uno; la desmesura distingue al Otro.

Los amigos del Uno disfrutan de su compañía.  Los amigos del Otro se lo gozan.  Los primeros lo quieren por respetable y aconductado. Los segundos por bufón y desordenado.

Lo que definitivamente marca la diferencia entre el Uno y el Otro son las expectativas de quienes rodean al personaje único. La novia y los más cercanos familiares del Uno ruegan porque desaparezca para siempre el Otro.  Los amigotes de parranda, los perniciosos, cuando quiera que el Uno trata de sobreponerse y recuperar la dignidad perdida, demandan que se retire inmediatamente y exigen la perentoria presencia del Otro.

El enfrentamiento pareciera no tener fin y ha cobrado víctimas inocentes entre quienes bien quieren al Uno. No es fácil imaginar el suplicio que supone convivir con tamaña ambivalencia de identidades.  Sólo Dios y el Uno lo saben. Y sólo el Uno, con la ayuda de Dios, podrá liberarse del Otro.

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