Ese día, la tarde en que murió Rafael Calixto Escalona, hace quince años, el cielo vallenato se colocó un elegante vestido gris, se vistió de viuda; el suelo de Valledupar se vistió de malos augurios; sus hijos, mis hermanos; se vistieron de ansias y yo me vestí de nostalgia desde que amaneció.
Los pronósticos médicos en la capital del país, donde Rafael Escalona Martínez, yacía en una clínica en medio de esos horrendos tubos que prolongan el existir y que nos mantienen agarrados a la palabra esperanza; eran los peores. Ya los hombres de ciencia que hacían todos sus esfuerzos para levantar nuevamente al maestro del Vallenato -como muchas otra veces- le habían dicho a mis hermanos, que esta vez sólo tocaba esperar. Pero no el milagro de siempre; sino el momento de la despedida, el instante del adiós, la hora de la partida.
Y el momento llegó en horas de la tarde. Para entonces la Nevada se preparaba para llorar y el relámpago no entendía de razones. Exactamente a las 4:36 de la tarde de ese miércoles 13 de mayo, Rafael Calixto Escalona se despidió de la vida cuando su corazón se resistió a seguir latiendo, en la Fundación Santa Fe, de la capital del país, junto a sus hijos Berni Francisco, Ada Luz, Clemente y ‘Rafa’; y en Valledupar su tierra, la Sierra Nevada soltó su lamento en forma de lluvia, para que “La Creciente del Cesar”, una de sus más lindas canciones cobrara vida, mientras su autor cruzaba los linderos de la muerte.
Está lloviendo en La Nevada
En el Valle va a llover
El relámpago se ve
Como vela que se apaga
El relámpago de su canción nunca apareció en escena ese día en su Valle del alma, no fue posible verlo; ya que la metáfora navegaba por los vericuetos de lo desconocido, mientras la vela del existir de Escalona, se apagaba por siempre.
De boca en boca como el bostezo; de la misma forma como transcendieron sus canciones, en Valledupar- Macondo, se regó la noticia de su muerte, al igual que la estrofa de una de sus canciones, muchos seguían los acontecimientos de lo que pasó luego que Valledupar, mientras el mundo entero supo de su fallecimiento. “Erdaaa el tropelín va a ser grande el día que me muera”, dijo un día mi papá en forma de broma. Y lo fue maestro, porque a usted Dios lo premió con una gran sabiduría, y hasta le permitió cantar la forma en que habría de morir.
Y si a Esperanza le llevan razón
Que allá en el Valle murió una persona
No duden que fue Escalona
Que murió del corazón
Tal vez se equivocó de lugar. Pero es entendible, cuando esa canción fue creada, Escalona estaba muy joven, y antes había pensado que su muerte podría ser en Santa Marta, por un mal de amor; o en El Molino, La Guajira, por culpa de una molinera. Además, para entonces no imaginaba que Bogotá lo iba a querer tanto, y no los iba a robar por un buen tiempo, para que fuese allá en el altiplano que el poeta de Patillal le dijera adiós a la vida y fuera despedido con los honores de un jefe de Estado. El pueblo bogotano le dijo adiós al Jefe de Estado de El País Vallenato, entre ruanas y abrigos multicolores con un coro de voces que en medio de lágrimas gritaban a lado y lado de la Carrera Séptima: “Gracias maestro por todo lo que nos dio”. Mientras nosotros, sus familiares, llenos de dolor pero henchidos de orgullo, hacíamos nuestra travesía con su cuerpo hacía el aeropuerto Militar de Catam, para traerlo de nuevo a su tierra.
INICIAN LOS HOMENAJES PARA ‘ESCALONA EL GRANDE’
Mientras la Nevada lloraba por segunda vez a uno de sus hijos más queridos, en Bogotá preparaban las despedidas para el maestro Escalona. Luego de su deceso, el cuerpo del ‘Papá grande del Vallenato’ fue llevado a la Funeraria Cristo Rey y de ahí pasó a la sede de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia, Sayco, donde ‘Escalona el Grande’ recibiría el primero de sus homenajes póstumos.
Mientras el féretro era conducido al salón del adiós los acordeones lloraban también, junto a los funcionarios de la entidad, amigos y familiares. “Maestro está en su casa”, esas fueron las palabras sentidas de bienvenida, en medio de la despedida final, que pronunció muy dolido Alberto Urrego, el presidente de Sayco en ese momento.
La peregrinación que inició la noche del miércoles en Sayco, para acompañar al maestro, siguió la mañana del jueves hasta las ocho de la mañana, al terminar la misa ofrecida en su memoria, antes de ser conducido al Salón Elíptico del Capitolio Nacional, donde a Escalona en medio de la quietud de su alma, lo esperaba otro homenaje.
Igual que la noche anterior, interminable fue la lista de personajes que desfilaron por el lugar para rendirle el último tributo al hijo de Don Clemente Escalona, cuyo cuerpo permanecía en cámara ardiente en el salón elíptico, sede del Congreso de la República.
UNA MISA OFICIADA POR LOS PERSONAJES DE SUS CANTOS
Nuevamente el piso de los sentimientos de nosotros sus hijos, sus sobrinos que nos abrazaban con su solidaridad y sus amigos que no nos dejaron solos un instante, se movió y de qué forma. El dolor volvió a mezclarse con nostalgia, con recuerdos, con pasado, con el presente y se chocó de frente con la realidad, al romper el silencio una nota apesarada entonada por el Rey Álvaro Meza, que marcó el paso del cortejo fúnebre hacía la Catedral Primada.
Tan privilegiado fue Rafael Escalona de la vida, que su segunda misa de despedida fue oficiada por los altos Jerarcas de la Iglesia en el país; los mismos que una vez se sintieron ofendidos por los atrevimientos de ese muchacho que se aventuró a cuestionar el proceder de la Iglesia, con el tema de la famosa Custodia de Badillo que desapareció del pueblo y a él como siempre, le fue imposible callar el hecho. Su osadía lo llevó a ser conocido hasta en la Santa Sede, para que paradójicamente medio siglo más tarde, fuera el mismo Nuncio Apostólico, quien enalteciera sus cualidades de compositor y contador de historias, que lo llevaron a ser uno de los más grandes e importantes autores que parió Colombia.
Al terminar la misa que se pongan
Del cura pa´ a bajo a requisar
Al concluir la misa, fueron pocos los que se acordaron de esa advertencia que Escalona había hecho más de cinco décadas atrás. Al terminar la misa ellos, los curas, personajes de sus cantos; lo acompañaron hasta la puerta de la Catedral, donde una Bogotá conmovida, esperaba por su maestro para darle el más sentido adiós y demostrarle toda su admiración.
Otra vez Álvaro Meza, recordó para qué estaba allí con su acordeón en el pecho. De nuevo Meza entrelazó melodías que días antes la gente bailaba con alegría y que en ese instante encogían los sentimientos del más fuerte. Cuando la caja que contenía los despojos del ‘Hijo de Patillal’ fue introducida en el vehículo para avanzar hacía Catam, la gente del altiplano y los costeños que estudiaban, trabajan y vivían en Bogotá, formaron un cordón de cariño, anudaron el corazón y se dejaron llevar por el momento, para sacar desde el fondo de su yo la voz perdida, que les permitió unirse al coro para cantan un adiós.
De lejos muy lejos venía un vallenato
Y venía tocando su triste acordeón
Y cantaba con dolor
La muerte de Pedro Castro
No era Castro el que se marchaba, era ‘Rafa’ el que abandonaba Bogotá en un viaje sin regreso, el que volvía a su tierra, el que se desprendía de sus sueños, el que se aferró a la vida hasta el último aliento.
Era el Maestro, el que se iba, y dejaba con el alma partida a muchos de esos amigos con los que compartió una foto, una frase o un abrazo, en su diario trasegar por la Séptima; antes de que la enfermedad le impidiera salir a untarse de ciudad.
Aunque me vaya para el Liceo
No pienses mi Maye que yo estoy muerto
Las despedidas dan sentimiento
Eso es muy justo yo te lo creo
DE REGRESO A SUS RAÍCES
A Escalona, mi papá, aún le faltó un viaje en vida a su tierra. Quiso como nadie estar presente en el Festival Vallenato que acababa de terminar, pero así como se aguantó las ganas cuando se dio cuenta que era imposible por su gravedad, también le hizo un quite a la muerte para no aguarle la fiesta a sus paisanos. Desde entonces sabía que el fin estaba más cerca, pero con todo y eso, sacó aliento para mandar razones con frases de cariño que él sabía decir.
En medio de su gravedad, hablamos y le sentí su voz tan fuerte que logró engañarme. Le sentí su risa con picardía que me hizo pensar que las mariposas del río Badillo se devolverían nuevamente con su ‘recao’. Hasta alcanzamos a bromear sobre la parranda en el cielo de Jaime Molina, sin saber yo, que Jaime estaba al frente de su cama haciéndole nuevamente señas para que se pasara junto a él, a la otra orilla, al otro lado.
“Hija el amor espanta la muerte”, fue la frase que en ese instante no entendí muy bien, porque las ganas de verlo pararse nuevamente de esa cama, eran tan grandes, que borraron de mí el entender y las razones para comprender que los seres como él nunca se van, así estén muriendo; sino que permanecen más allá del sol y viajan buscando un espacio en la eternidad, para inmortalizar su alma.
Caminando por la tierra
o navegando en el mar
quizás llegaré a encontrar
un lugar en donde no haya pena
Y como no lo puedo hallar
sigo vagando por la vida
lo mismo que la golondrina
que nadie sabe a dónde va
Cuando Rafael Calixto Escalona Martínez fue subido al avión de la FAC para realizar su última travesía por el mundo de los mortales, sus familiares lo acompañamos en su regreso a casa. Fue el momento donde los recuerdos comenzaron a erosionar en cada uno de nosotros desde la quietud y el silencio. Como guardián de los sueños, ‘Rafa’ en el fondo de la nave nos escoltaba, nos miraba, nos analizaba y hasta se reiría de tantas vainas que en ese instante le era imposible transmitir.
Pegado a una ventanilla el ayer iba volando con la niña de La Casa en el aire en sus brazos. Ella miraba y miraba las nubes, imaginando tal vez, ese momento allí junto a su padre con los angelitos, para que nadie perturbara su vivir.
Otra metáfora que cobró vida, cuando las nubes besaban el aire que cortaba el vuelo del avión con una Ada Luz en primer plano, que desde el fondo de su corazón quería gritar cantando su dolor:
El que vuela no sube
A ver a Ada Luz en las nubes
El que no vuela no llega allá
A ver a Ada Luz en la Inmensidad
Mientras tanto los pesares de mi propio corazón eran los mismos que el de los Cañaguates, y qué decir de mis otros hermanos Rafa, Pachín, Berni, y de mis primos Margoth y Augusto.
Cada uno con su carga de dolor se preparaba para el aterrizaje a la realidad, para el encuentro con el resto de la familia, para el abrazo con los amigos y para mirar el mundo en su justa dimensión. Pero todo eso pasó como una película ante nosotros, cuando los acordeones de los Reyes vallenatos botaron su dolor para recibir al más grande en su último viaje, el de la despedida, el del regreso a casa, pero también el del nunca más.
De ahí para allá, Macondo cobró vida y desde el último salón abierto del desmantelado barrio de tolerancia, fueron saliendo los conjuntos de acordeones tocando los cantos de Rafael Escalona, el sobrino del obispo Celedón, heredero de los secretos de Francisco El Hombre; en una alegoría donde el cielo vallenato se llenó de mariposas amarillas; nuevamente brotó agua del manantial de Rosa María; el Jerre-Jerre dejó su rebeldía y salió de su cueva en la serranía; apareció la Custodia de Badillo en la Plaza Alfonso López, donde un pueblo unido, dueño del más grande testamento musical, despedía a Rafael Calixto Escalona, quien en ese momento de la mano de Remedios ‘La Bella’, se elevaba en el tren de la inmortalidad, mucho más arriba de las estrellas donde está el reino de Dios.
Una alfombra de nubes rosadas extendida esperaba por él, y un Jaime Molina lleno de contento le cantaba:
Ven, ven que yo te hago el retrato en el cielo
Ven, ven que te quiero presentá a san Pedro
Taryn Escalona
@tarynescalona
tarynescalona@gmail.com