Por Gustavo Cotes Medina
La ola histórica de 18 días de rebelión popular y de masiva participación ciudadana, tumbaron al presidente árabe- un viernes de oración en armonía entre musulmanes y católicos- y pusieron punto final a la era de Hosni Mubarak en Egipto, en el poder desde hacía 30 años. “El pueblo derrocó al presidente”.
Este cambio de régimen abre la vía a reformas rápidas y profundas donde el ejército- la institución más poderosa del país- tiene la misión histórica de restaurar la democracia mediante un proceso de transición pacífica, con elecciones libres en septiembre de 2011, apoyados por la Liga Árabe.
El grupo de activistas juveniles- abiertos al mundo a través de Internet y las redes sociales- se convirtió en un movimiento de masas alimentado por el malestar general ante el autoritarismo, el desempleo, el alza en los precios de los alimentos, el aislamiento a la oposición, la corrupción y la enorme diferencia de ingresos entre ricos y pobres. Esta sumatoria hizo que el descontento social se canalizara a través de la calle y no de los partidos políticos. Además, Estados Unidos- su gran aliado- le dio la espalda en el momento que percibió que la situación interna era irreversible.
Los vecinos de Egipto, Israel, Marruecos y Arabia Saudita, se muestran preocupados por los efectos de las protestas, pues sienten que la Región- con la caída de Mubarak- entra en una etapa de redefinición de las relaciones. Las consecuencias de la crisis política e institucional en Egipto aún están por verse y se pueden presentar por “efecto dominó” de su reciente y exitosa experiencia revolucionaria, especialmente en Túnez, Argelia, Jordania, Yemen, Irán y ahora Italia, donde miles de mujeres protestan contra Silvio Berlusconi.
Aunque los organizadores de la protesta en Egipto insisten que lo sucedido es un proceso puramente nacional y no tiene nada que ver con el conflicto Árabe-Israelí, la verdad es que con la renuncia de Mubarak los Estados Unidos se quedaron sin uno de sus mejores aliados. Esta relación fue importante para lograr una relativa estabilidad en la región, porque Egipto fue un país capaz de ejercer una moderada influencia sobre algunas naciones árabes, africanas e islámicas. La salida de Mubarak implica un reajuste de la política exterior de los Estados Unidos, nuevos liderazgos y otros acomodamientos de las partes en conflicto.
Egipto considera que la rendición de cuentas al final de la era Mubarak será una tarea pendiente de las instituciones internacionales y seguramente posponga la tarea de juzgar responsables y castigar a los autores de las violaciones del régimen, porque – como todo país en transición- tiene definida la prioridad de alcanzar un nivel mínimo de estabilidad para empezar a construir el nuevo Gobierno.
Desde hace seis décadas, las bases del Estado egipcio están sobre el poder militar y las guerras que ha sostenido- poco exitosas- y el alto concepto que los ciudadanos tienen de esa institución, ha servido para ocultar el apoyo a los regímenes autoritarios que hoy son vistos como antidemocráticos, pero que en su tiempo y momento fueron considerados como necesarios para proteger la seguridad del Estado. Por esta razón, se ha considerado que el poder real siempre ha estado en cabeza de los generales.
Mubarak nació el 4 de mayo de 1928 en la Delta del Nilo y fue jefe del Estado Mayor de la fuerza aérea. Gobernó a Egipto durante 30 años como un líder salvador que se hizo odiar y fue clave en el equilibrio de la región, pero al final se encontró con una fuerza que no pudo resistir: su propio pueblo.
Pocas cosas se movían en el mundo árabe sin su apoyo, fue artífice de varios diálogos de paz y siempre se presentó como una figura paterna que “planeaba cumplir con su deber hasta cuando su corazón siguiera latiendo”. Hoy, se encuentra enfermo y cuenta con una inmensa fortuna familiar que lo ubica entre los hombres más ricos del mundo.
La plaza de Tahrir en el Cairo fue el símbolo y el escenario del tesón, la euforia y el alivio de los manifestantes. El pueblo egipcio, generador del cambio, dio una muestra de valor y resistencia y puso una cuota de 300 muertos y cientos de heridos para darnos una lección de dignidad y decirle adiós a Mubarak, el último Faraón.
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