Día triste para el folclor vallenato, para Valledupar, para el Cesar, para el Caribe, para el país. La muerte de Jorge Oñate, ‘El Jilguero de América’, ‘Ruiseñor del Cesar’, significa el adiós de uno de los bastiones del género musical que hizo grande a esta región.
Este domingo, una multitud olvidó la pandemia, no le importó el fuerte sol vallenato, y rodeó, entre aplausos y llanto, el cuerpo de Jorge Oñate desde el Aeropuerto Alfonso López Pumarejo hasta la Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez, donde familiares, amigos y seguidores le rindieron el último homenaje en Valledupar.
Fueron muchos los aplausos, los reconocimientos. Todos merecidos. Incluso, en vida nos quedamos cortos, porque Oñate, el artista, fue un vanguardista, un visionario que le entregó su vida al folclor.
Este lunes esperan el féretro en su pueblo, La Paz, su casa natal, de la que siempre se sintió orgulloso, así como de él siempre se jactaron sus paisanos.
Fue su trabajo y disciplina lo que le permitió ser distinguido, en 2010, con un premio Grammy a la excelencia musical. Jorge no fue el primero en grabar como solista con un conjunto vallenato, pero sí quien posesionó un nuevo estilo de interpretar canciones vallenatas y cruzó fronteras con sus éxitos musicales. Ninguno de los solistas que lo antecedieron alcanzó su importancia.
Jorge era creído y tenía por qué creerse. Tenía esa fuerza que le daba autoestima y determinación, la misma que de joven le permitió irrumpir y consolidarse como el primer cantante de la música vallenata, desprendiéndole la voz al conjunto de acordeón, caja y guacharaca , antes reservada al acordeonero y eventualmente al guacharaquero, lo que produjo un cisma en el vallenato, cual Lutero de esa religión de costumbres arraigadas, que fue el vernáculo ritmo y canto.
Pero sí, aunque Jorge rompió el círculo nunca salió de su constelación: era el más arraigado a los cánones del vallenato tradicional. Con sus expresiones, siempre celebradas, como a los grandes, Poncho Zuleta y Diomedes Díaz, a quienes antecedió al igual que a Rafael Orozco, que enriquecieron el anecdotario del folclor, solía dejar claras las fronteras. Para marcar distancia y dejar claro su compromiso con el origen, se le oyó decir con gracia: “Tiene millones de seguidores pero el que me proponga grabar un reguettón le suelto una ‘trompá’”.
Así era el amigo, el músico, que encauzó en su carrera inicial a figuras como Diomedes Díaz y décadas después al ahijado Silvestre Dangond; y que inspiró el buen canto y sus características en la proyección de otro portento como Iván Villazón, según este lo reconoció ayer a EL PILÓN.
La obra musical de Jorge Oñate es más grande que el tiempo y el olvido, por eso seguirá en la memoria y en el corazón de todos sus seguidores, generación tras generación.
Su producción fue amplia, inició antes de alcanzar la fama que le dieron sus coterráneos, los hermanos López, y muchos acompañantes más del acordeón y de su conjunto musical. Grabó muchas bellas canciones, para siempre. Se despide el finito cuerpo, afectado por un virus, pero crece y crecerá cada día más su grandeza.