Ahora que las autoridades locales hablan con inusitada frecuencia del ecoturismo como elemento estratégico de un futuro deseado o destino inequívoco del departamento del Cesar y de Valledupar, puede ser sensato compartir algunas reflexiones de carácter profiláctico para evitar ser seducidos por propuestas oficiales improvisadas y etéreas.
Dada la riqueza cultural y ecológica, la belleza paisajística del valle del Cesar y las montañas que lo circundan, resulta razonable que se proponga la actividad ecoturística -considerada por el BID como un capítulo importante de la hoy en boga economía Naranja-, como alternativa a la insostenible minería de enclave, la improbable industrialización y la sempiterna crisis de la actividad agropecuaria.
No obstante, materializar esta idea, interesante y atractiva, trasciende al gobernante de turno y demanda la participación activa de toda la sociedad. Requiere el diseño de políticas públicas, el fortalecimiento institucional, programas de cultura ciudadana y sobretodo contar con una infraestructura física y ecológica que la haga viable. Una tarea gigantesca pero no imposible que el sector público debe asumir en alianza con empresarios y comunidades, a través de una coordinación estratégica ardua y compleja.
Es evidente que no somos los únicos que hoy sueñan con el ecoturismo como artilugio para la generación de empleos dignos, bienestar y desarrollo. Todos los departamentos de Colombia, a raíz de la desmovilización de las Farc y la significativa reducción de la violencia en sus territorios, están realizando movidas similares. La competencia será recia y tenaz porque la riqueza natural y cultural, a diferencia de la económica, está muy bien distribuida en el país.
En el 2017, arribaron 6,5 millones de turistas extranjeros. Un record histórico que parece ser el preludio de un no lejano boom turístico, ligado a la buena imagen externa fruto de la firma del Acuerdo de Paz. ¿Cuántos de esos llegaron al Cesar? No lo sabemos, pero deberíamos aspirar a que, en el futuro, un porcentaje importante venga a conocer y disfrutar de nuestros parajes, folclor y hospitalidad. Para ello debemos descubrir elementos de diferenciación que hagan atractivo, exótico, único, este rincón del caribe mediterráneo.
Pero, cualquiera que sea la ventaja competitiva que logremos, estamos obligados a cumplir el mandato feliz que, en estos tiempos aciagos de cambios climáticos y catástrofes naturales, ordena que el turismo debe y tiene que ser sostenible. Esto significa que, en toda la cadena de valor de la actividad turística, el sello verde tiene que dejar su impronta, la cual será evaluada por los turistas con indicadores de sostenibilidad verificables a simple vista.
Hacer ecoturismo no significa ignorar la gestión ambiental en las ciudades, ya que es preciso contar con una infraestructura urbana que haga amable la estadía del viajero antes y después de los recorridos ecológicos. Ésta debe, como mínimo, incluir: parques arborizados, tráfico ordenado, bici-rutas, andenes amplios, calles peatonales, transporte público cómodo y movido con energías renovables, oferta de hoteles y restaurantes gestionados de manera sostenible. Y, desde luego, cultura ciudadana y seguridad, que generen ambientes tranquilos gracias al talante pacífico y afable de la población local.
En el área rural es esencial garantizar una abundante oferta de bienes públicos y ecológicos que llamen la atención del visitante. Existen en el Cesar ecosistemas muy bellos, pero algunos están deteriorados y requieren acciones de restauración y mejoramiento. Otros habrá que crearlos. Conviene, por ejemplo, recuperar y proteger áreas de bosque seco tropical, hoy en vías de extinción. La Gobernación o el sector privado podrían comprar predios marginales, con rastrojos, para convertirlos en sitios de atracción turística en donde se construyan senderos y corredores ecológicos que los interconecten. Cada municipio debería contar con su propio bosque municipal. Los ganaderos y campesinos pueden dejar áreas de reservas de vegetación nativa en sus fincas, a cambio de pagos por su conservación, entre otras alternativas.
Sin embargo, una cosa es la existencia de escenarios naturales y otra su uso sostenible. El ecoturismo promueve la visita a lugares con naturaleza bien preservada o poco intervenida. Privilegia la recreación pasiva, no contaminante, respetuosa de la flora y fauna silvestre, como el avistamiento de aves, las caminatas y la contemplación paisajística. No hay turismo ecológico si se causa daño a la naturaleza. Ir al río Guatapurí, a contaminarlo con residuos sólidos, puede ser una actividad turística pero está lejos de clasificar como ecoturismo.
Este exige, además, la interacción con la población local de manera que se beneficie económica y socialmente, pueda visibilizar su patrimonio cultural, sus tradiciones y resguardar su privacidad acorde con sus propios criterios. Un enfoque integral que fortalezca las relaciones entre la cultura, el uso de los recursos naturales, la protección del ambiente y el bienestar de las comunidades.
He dicho que la cultura ciudadana y la construcción de infraestructuras física y ecológica, son prerrequisitos para involucrar el territorio en el turismo verde alternativo. Pero no basta. No es suficiente. Nada será posible si no existe una institucionalidad robusta, capaz de estructurar y ejecutar un plan estratégico de ecoturismo. Imagino oficinas, secretarías manejadas por personal idóneo que no banalice el tema y que entienda su complejidad e importancia. Que convoque, lidere y construya amplias e incluyentes alianzas con la ciudadanía y el sector privado.
La mezcla inteligente del folclor vallenato con la biodiversidad del bosque seco tropical, la pluralidad cultural y la simpatía de su gente, puede marcar diferencias que conviertan a Valledupar y el Cesar en la opción de turismo sostenible más atractiva de Colombia. Por supuesto, antes habrá que pedir a los alcaldes y gobernadores menos retórica y más acción porque aún falta mucho trecho por recorrer.
Por Rodolfo Quintero
rodoquintero@yahoo.com