En el año 1958, Roberto ‘el Turco’ Pavajeau adelantaba su bachillerato en la Academia Militar José María Córdova de Medellín, una especie de aeropuerto docente donde aterrizaban todos los estudiantes que vivían algún conflicto en los colegios de esta ciudad.
Una mañana septembrina, deambulando por el centro con un par de compañeros de la academia al pasar detrás del hotel Nutibara en una vieja casona convertida en pensionado, ‘el Turco’ escuchó en su interior un acordeón alegremente ejecutado con destreza que llamó poderosamente su atención. Intrigado se acercó siendo informado por la propietaria del inmueble que se trataba de unos recién llegados músicos vallenatos de apellido Ochoa. Más intrigado aún tocó la puerta de la habitación y fue recibido por un individuo de tez blanca y lacios cabellos negros, quien se identificó inicialmente como César Castro Jerez, oriundo de Zambrano (Bolívar) quien estaba acompañado por un joven moreno muy risueño modestamente vestido de caqui y botas media caña, llamado Calixto Ochoa Campos, nacido en Valencia de Jesús, un corregimiento de Valledupar. Ensayaban para una grabación que realizarían muriendo la tarde en la disquera Fuentes.
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Enterado Calixto que ‘el Turco’ era su paisano le hizo la invitación formal a presenciar la grabación, como realmente ocurrió. Con César Castro en la guacharaca y el cajero Rafael Díaz ‘el Mocho’, el valenciano con su acordeón “Dos en tres” (un Honner de dos hileras con los bajos armonizados) dejó impreso en el acetato los temas de su autoría “Músicos y choferes” y “Si el mar se volviera ron”.
Finalizado el evento todos coincidieron en festejarlo y se instalaron en la terraza de una heladería en el barrio Laureles, donde Calixto y sus pupilos armaron un tremendo alboroto que fue visto con recelo por los antioqueños quienes no alcanzaban a comprender la euforia y devoción con que los costeños celebraban aquella música, para ellos perniciosa y estridente.
Finalizando la noche los parranderos se fueron con su música para “La curva del Bosque”, un sitio de ambiente cabaretero donde con las claras del día fue necesario que ‘el Turco’ dejara empeñado un valioso reloj marca “Mulco”, para cancelar la cuenta. El reloj, herencia de su abuelo el doctor Juan B. Pavajeau, en la época el médico del Valle. Nunca regresó a rescatarlo y este remordimiento lo molestó durante toda su vida.
Calixto regresó a Sincelejo, donde residía, con el compromiso de ir a Valledupar en las vacaciones y así atender la gentil invitación que le hiciera su nuevo amigo Roberto Pavajeau. Fue una tarde de enero del año 59 cuando se encontraron nuevamente en Valledupar, de donde el valenciano había emigrado en el 53 para radicarse finalmente en Sincelejo, la capital sabanera del viejo Bolívar. Calixto llegó estrenando un flamante Willis de color verde trayendo de compañeros al ‘Mocho’ y al ‘Turco Asa’, un notable parrandero de todas las épocas, inseparable del ‘Negro Cali’.
Se instalaron en “El Rey de los bares” y en tropelín la gente colmó el lugar, ya que las primeras grabaciones de Ochoa se escuchaban muy exitosamente en todos los pueblos de nuestra costa.
Sobre las 11 de la noche se presentó allí Darío, el hermano del ‘Turco’, con un grupo de amigos de la talla del pintor Molina, Bambino Ustáriz, Hugues Martínez y Raúl Moncaleano, acompañado además por Colacho Mendoza, Adán Montero y Cirino Castilla. Estos fueron invitados por ‘el Turco’ a integrarse a la parranda, pero Darío un poco receloso, no obstante ser sus carnales, prefirió armar toldas aparte instalándose entonces en la mesa contigua, pero sin ánimo de piqueria o rivalidad, sólo para hacerle saber al músico de Valencia que el corral vallenato era Colacho, el gallo que más cantaba.
Después que Calixto interpretó su “Lirio Rojo”, Nicolás Elías le respondió con la “Creciente del Cesar”. Calixto disparó su rumbón “El niño inteligente” y Colacho en el mismo ritmo ripostó con “Ven” de Víctor Camarillo.
Nuevamente atacó Ochoa con “la interiorana”, y “El errante” de Lorenzo Morales brotó del acordeón moruno del caracolicero; y así sin fricciones ni la más leve intención de protagonizar un duelo transcurrió esa épica y memorable noche para el folclor vallenato.
A partir de ese día, la amistad, la admiración y el mutuo respeto entre estos dos juglares quedaron sellados para siempre sin la menor duda que al coincidir en una balanza de valores artísticos y humanos esta permanecería serena sin pendular a ninguno de los dos lados.
Fue la primera vez que Calixto ya como acordeonero profesional debutó aquí en Valledupar.
Por: Julio Oñate Martínez.