Por: Luis Napoleón de Armas P.
Se puede engañar a todos por algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañara todos, todo el tiempo. A Lincoln
La no reelección segunda de Álvaro Uribe ha permitido el destape del tsunami político y ético, quizás, más grande del último siglo; muchas cosas habrían quedado sepultadas para la historia. La sociedad civil colombiana tiene una deuda de gratitud doble: una institucional con la Corte Constitucional por no viabilizar un tercer periodo de AU, y otra natural con Noemí Sanín por ganarle la consulta interna a Andrés Felipe Arias, el candidato de los aposentos del salgareño y seguro presidente de no haberse dado esta situación, quien habría enterrado el cuerpo del delito de AIS. Gracias, a Noemí, gracias a la Constitucional. Pocos se han percatado de esta doble circunstancia histórica. La imputación de cargos que la Fiscalía le hizo al ex ministro Arias, en la cual lo muestra como un delincuente de cuello blanco, nos indica que este ministerio era el cráter del volcán de la corrupción que durante ocho años tapó con cenizas nauseabundas las narices de lo que se llama Estado y holló el territorio patrio con la lava que se convertía en oro en los bolsillos de unos pocos en nombre de la cacareada seguridad democrática. No es que Colombia haya sido un Estado de arcángeles pero en este caso se superaron todos los pronósticos y podemos decir, sin tapujos, que nuestra historia política se ha partido en dos: antes de Uribe y después de él. Pero Arias no fue el único; los esguinces al erario se dieron en varios frentes: la DIAN, la DNE, el INCO, el DAS, Mingobierno, Minsalud, Mineducación, Mindefensa, Mintransporte, Congreso de la República, Minminas, son apenas algunas de las entidades en las cuales la permisibilidad del gobierno le dio pábulo a la congénita y proclive condición de nuestros funcionarios. Este es el legado que nos dejó el benemérito hijo de Puerto Salgar, quien en su ejercicio presidencial solo fue jefe de brigadas, a las tropas las dirigió bien pero tampoco pudo, como en la Perrilla de San Martín, conseguir la anhelada paz tal como lo había prometido. AU no gobernó, hizo aspavientos de militar; la guerrilla está viva y los paramilitares siguen actuando bajo el eufemismo oficial de “las bacrim”. En materia económica hay más que lamentar que celebrar; la desigualdad aumentó a tal punto que es la más alta de América Latina y la cuarta más alta del mundo; igual pasó con el desempleo; durante ese octagonal periodo se firmaron más de siete mil concesiones mineras que, de concretarse la explotación, Colombia quedaría sin agua; no se estaba pensando en el futuro de la Nación sino en el pecunio de los tramitadores de licencias ambientales. No nos dejó una gran obra para recordar, ni una sola autopista, ni un aeropuerto, ni una sola institución para mostrar, La universidad pública retrocedió; ni siquiera un buen ejemplo de democracia nos dio; un mal mensaje sí. Si el rey Midas todo lo convertía en oro, AU lo convertía en reo. En esa alquimia cayó nuestro amigo Rodolfo Campo, un hombre probo y de grandes ejecutorias. Lo lamentamos por él. Hasta el IICA, una sólida institución interamericana, líder en procesos de investigación, fue tocada en el caso de AIS. Qué gran poder tuvo AU para convencer a todos que el todo vale, contario a la célebre frase de Lincoln. Por fortuna, la justicia cojea pero llega y lo está haciendo hasta el centro de decisiones. La Corte Penal Internacional está acopiando información; esto no se puede quedar así.
napoleondearmas@hotmail.com