Los colombianos festejamos los triunfos, las metas, los logros, lo que se nos ocurra, antes de que sucedan.
Exactamente como reza el refrán: “Atravesamos el puente antes de llegar al río”, de suerte que se anuncia al mundo, una paz que no se ha logrado.
Es cierto y es ostensible la disminución de secuestros y de todas las actividades tenebrosas que tenía la guerrilla en contra de la población civil, pero el país no está en paz, si se tiene en cuenta que anda otra guerrilla, Eln, haciendo de las suyas; que los criminales y malandrines crecen todos los días, no se ha llegado a la calma total. El país está tomado por los cuatro flancos: La Guajira desnutrida; el Chocó inundado en problemas; Buenaventura, uno de los puertos más importantes del Pacífico americano, hundido en complicaciones insolubles; los maestros en su eterna marcha anual, con la que logran a medias sus requerimientos al gobierno, y todo eso y más, no es paz.
Se festeja una paz que ha sido torpedeada, en su proceso, por los mismos connacionales, una paz criticada por muchos como si no quisieran salir de la añosa guerra enquistada en el diario vivir; una paz en donde los niños son abusados; en donde el feminicidio o uxoricidio está a la orden del día; una paz que roba el alimento de los escolares; una paz en donde los periodistas son jueces y los grandes medios deciden si sí o si no. Y hay más, muchos más, palos atravesados en las ruedas de la paz y la culpa se le endilga al gobierno, solo al gobierno, que quieran los opositores o no, ha hecho mucho por conseguirla.
Se festejan los triunfos de una Selección Nacional de Fútbol, sin haber ganado, es más sin haber jugado; se anuncia el triunfo de un ciclista, sin haber logrado victorioso la meta final; se anuncia con grandes titulares, el triunfo de un futbolista, sin haber jugado y de ese modo a todo lo que se crea posible se le hace una fiesta. Una gran fiesta que incluye grescas y muertos. Es por eso, por esa constante celebración que Colombia suena como el país más alegre del mundo.
El triunfalismo, que es esa actitud de superioridad sobre los demás, que es la sobrestimación de lo que podemos dar, que es la confianza excesiva en lo que se va a lograr para luego sufrir una aplastante derrota nos ha llevado a la insensatez, a no ver más allá de los problemas, a repicar las campanas antes de la fiesta, y contra él solo vale la mesura, la inteligencia, el análisis de todo lo que el país sufre y de todo lo que quiere lograr; pero ese triunfalismo del que hablo está recubierto de un odio exacerbado por los enemigos de todo, odio que riñe con el afecto o el amor que requiere la patria.
Este es un tema para los sociólogos que tienen una visión clara del tema que planteo, mientras tanto recordemos al escritor venezolano Andrés Eloy Blanco, cuando en su poema, que viene al caso, ‘El dulce mal’, dice: “Torno a mirar hacia el camino andado…/ Mi marcha fue una marcha de soldado, / con paso vencedor a todo estruendo / mi alegría, una bárbara alegría… Y en nada está la sombra todavía / del dulce mal con que me estoy muriendo”. ¡Sí, el alegre mal en que se hunde Colombia!
Por Mary Daza Orozco