El ‘Tramacazo’

‘Mi pobre Valle’, con esa canción descriptiva ganó ‘Emilianito’ Zuleta, en 1997, el concurso Rey de Reyes de la canción inédita. Como si fuera hoy. Desolador. La tranquilidad que se respiraba otrora desapareció y hoy la ciudad está aprisionada, sometida por el miedo. Con tristeza, cada vez más madres se quedan esperando el regreso de sus hijos a casa. 

‘Emilianito’ describió mi sentir y el sentir de todos con ese laureado, pero tristísimo vallenato:

“Ya no se puede tocar por las calles

así como anteriormente se hacía

de cualquier parte un disparo nos sale

ya uno no vale lo que antes valía

aquí ninguno responde por nadie

ese es el plato de todos los días”

Ojalá fuese simple percepción, o amarillismo de los medios, pero los datos son contundentes: el año pasado los homicidios aumentaron en más de un 41%. Y qué decir de los otros delitos. Sin duda, la delincuencia se salió de madre.  

Por supuesto, múltiples son los factores que azuzan o incitan la inseguridad galopante que asuela a Valledupar – la cultura de violencia, la pobreza, la impunidad, el microtráfico, la ausencia de autoridad, pare de contar – pero acentúo uno que guarda estrecha relación con el crimen: la cárcel de máxima seguridad, ‘La Tramacúa’, a tan solo 3 km de la ciudad, una de las más peligrosas de Colombia, hogar de los peores delincuentes del país. 

El solo asentamiento de ‘La Tramacúa’ fue truculento. Fue un gol olímpico, cuyas consecuencias funestas escalan día a día. A finales de la década de los 90, el municipio de Valledupar compró y entregó un predio al INPEC para reemplazar la cárcel judicial que hacía invivible el vecindario del barrio Dangond.

De buenas a primera, con la connivencia del alcalde de turno, en vez de una cárcel judicial, se construyó una penitenciaría de máxima seguridad. El tiempo dio la razón: al cabo de los años, la justicia encontró responsables de conductas delictivas al alcalde de marras y a uno que otro congresista.   

El resultado era previsible. A Valledupar llegan los criminales más peligrosos del país, por supuesto acompañados de sus bandas delictivas. En ‘La Tramacúa’, además de los comportamientos irregulares e ilícitos de todas las cárceles, también pervive con el encarcelado, su organización criminal. Es decir, se sigue delinquiendo, solo que ahora el radio de acción es Valledupar y el Cesar.

Aunque los estudios no son rigurosos, los estudiosos del delito conceptúan que en ‘La Tramacúa’ hay una organización interna conectada con el exterior que propicia el crimen metodológico y organizado en la ciudad. Usted y yo sabemos que en Valledupar ocurren actos delictivos lejos de ser delincuencia común.

En el menú de la inseguridad este es uno de los más incidentes. ¿Qué hacer con La Tramacúa, construida haciéndole conejo a la ciudadanía vallenata? ¿Nos damos la pela para exigirle al Gobierno nacional que se lleve de aquí semejante esperpento? Nos compensarán ante ese “tramacazo” que nos metieron?  ¿Que en vez de máxima seguridad, sea destinada para su misión primigenia: albergar a los reclusos de la Cárcel Judicial y de las inspecciones de policía? De paso se le haría justicia al sufrido barrio Dangónd, que vive con las puertas cerradas en vez de gozar de un parque natural levantado donde hoy está la cárcel judicial.

Estos son temas de ciudad. Temas de reflexión para hablarlos de frente y sin miedo. Sí, la autoridad es necesaria para exigir al menos que se corten los hilos comunicantes delictivos con el exterior. Basta de apapaches con la delincuencia. Lo digo como alguien cuya experiencia académica y laboral ha estado relacionada con negociaciones de paz.

Si no hay una implementación efectiva de la autoridad y la justicia, no va a pasar nada. Mírese el caso del Salvador: allá hubo proceso de paz; inclusive, la exguerrilla  ya fue gobierno. Aun así, San Salvador, la capital, por décadas siguió siendo una de las ciudades más peligrosas del mundo. Solo el ejercicio eficaz de la autoridad empezó a revertir la ecuación.

Valledupar necesita retomar las riendas. Hay que intervenir, con presencia de la policía y militares, las zonas más peligrosas de la ciudad; cortar toda señal de comunicación alrededor de la cárcel y exigir retransferir reclusos para desarticular las bandas que alrededor de ella se establecen. 

Es claro que la seguridad, como problema multifacético, exige inversión social para atacar otras causas decisivas – pobreza, desempleo, desigualdad, etc. – y crear programas de prevención y educación para evitar que los jóvenes caigan en el mundo del crimen. Y esa inversión es urgente, porque la seguridad es para ya, haciéndose necesario trabajar juntos y devolverle a Valledupar la autoridad, de frente y sin miedo. 

Por Camilo Quiroz H.

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