Por: Imelda Daza Cotes
“Día tras día, se niega a los niños el derecho a ser niños. …. El mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero…. trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio….. que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que….. acepten, como destino, la vida prisionera. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños. Eduardo Galeano “Patas arriba”
En estas fiestas de fin de año, los niños son el centro de atención. Los aguinaldos se reparten en la Nochebuena o en el Día de Reyes, entre los niños privilegiados, esos a los que les es permitido ser niños y vivir una infancia normal aunque afectados por una sociedad que a través de los medios de comunicación incuba en ellos ideas y principios que no siempre se corresponden con sus intereses ni con sus deseos. Son los niños para los cuales hay derechos, atención familiar, hogar, afecto, cuidados, escuelas y diversiones.
En el mundo desarrollado y en Suecia en particular, la inmensa mayoría de los niños goza de una infancia feliz, para ellos hay todas las preferencias, ejercen plenamente sus derechos y hay protección estatal. La sociedad es vigilante del bienestar de los niños. La escuela está planeada en función de los alumnos, allí les está garantizada una buena educación, en excelente condiciones, sin distingos de pertenencia social ni económica. Hay una única escuela estatal, igual para todos, nacionales y extranjeros. Desde la guardería, los niños aprenden a compartir y a convivir en medio de las diferencias, se entrenan en el manejo y solución de los pequeños conflictos de su entorno y de todo eso resultan unos adultos que aprecian la armonía, valoran la paz y saben vivir en sociedad.
Desafortunadamente, no todos los niños del mundo tienen una infancia aceptable. La pobreza de millones de familias, la falta de educación y ciertos patrones culturales obligan a muchísimos niños a asumir, desde edades muy tempranas, compromisos propios de adultos. En el mundo hay 215 millones de niños -entre 5 y 17 años- trabajadores, y de estos, 115 millones realizan trabajos peligrosos, en la minería, la pesca y actividades ilícitas. En Latinoamérica hay una población infantil de 145 millones, de los cuales 14 millones son niños trabajadores. Muchas niñas son servidoras domésticas, el 40% de ellas no reciben salario. En América Central, unos 2 millones de jóvenes trabajan para atender su propio sustento y/o para ayudar a su familia. Sus jornadas se extienden por 10 y más horas; muchos son vendedores callejeros sin protección alguna, sin salario fijo, sin atención en salud. Un 10% de los niños trabajadores son víctimas del comercio sexual e inducidos a la prostitución. Es decir, con el trabajo infantil se conservan y se reproducen muchas formas de esclavitud.
En Colombia, donde el 41.5% de la población es menor de edad, hay una amplia población infantil afectada por múltiples problemas: unos 2.8 millones son niños trabajadores, muchos de ellos sin acceso a la escuela. Cada año, cerca de 14 mil niños son víctimas de delitos sexuales, unos 400 mil niños sufren maltratos en el hogar, en el vecindario y en la escuela; unos 15 mil niños son reclutados por grupos armados; en promedio mueren 6 niños cada día por causas violentas. En un ambiente así, los niños son aún más vulnerables y presa fácil de delincuentes mayores que los inducen al delito. Cerca de 18 mil adolescentes son denunciados anualmente por cometer delitos penales. Si bien existen instituciones que se ocupan de la defensa y protección de los niños, falta aún muchísimo por atender, pues en la mayoría de los casos los servicios del estado tienden a aliviar los efectos y las consecuencias de las anomalías, más que a eliminar las causas que los provocan. El país está lejos de resolver el drama de la pobreza que es la primera causa del trabajo infantil. Los recursos estatales, que debieran destinarse a ello, se canalizan hacia la guerra. La paz aún no es prioridad.
La responsabilidad de atención a los niños corresponde en primer lugar a la familia, pero también a la sociedad y al Estado. Existen herramientas legales que definen bien las obligaciones y deberes del Estado con su población infantil. En 1959, la ONU aprobó la Declaración de los Derechos del Niño, y en 1989 se acordó la Convención de los Derechos del Niño que rige actualmente y a la cual Colombia adhirió. Se han firmado además varios Tratados Internacionales. La Constitución colombiana, en su artículo 44, ordena la prevalencia de los derechos del niño sobre los demás y establece que “la familia, la sociedad y el Estado tienen la obligación de asistir y proteger al niño para garantizar su desarrollo armónico e integral y el ejercicio pleno de sus derechos. Cualquier persona puede exigir de la autoridad competente su cumplimiento y la sanción de los infractores”. El Estado colombiano fue demandado en el Chocó por la muerte por hambre de dos niños.
Esta realidad debería golpear la conciencia de todos y por supuesto del Estado, obligado a proteger y defender a los niños del maltrato, la discriminación, los abusos y todo lo que le impida nacer, crecer y desarrollarse en un ambiente y en unas condiciones normales. Sólo así es posible construir futuro.