Lo primero que debemos decir como introducción es que el hombre se concibe externo a la naturaleza, y por ende, aunque se relaciona a lo largo de su vida con ella, la percibe lejos de su definición y aún más distante de Dios. La ecología restablece la relación del hombre y la naturaleza, y la ecosofía incluye a Dios en busca de una armonía completa.
Una de las singularidades del saber ecológico reside en su transversalidad, es decir, en su capacidad para crear relaciones en múltiples sentidos, hacia los lados (comunidad ecológica), hacia adelante (futuro), hacia atrás (pasado) y hacia dentro (complejidad). Cada uno de estos direccionamientos permite que las experiencias y las formas de compresión se complementen y se hagan útiles para nuestro conocimiento del universo, mostrando nuestra funcionalidad y los lazos apenas perceptibles de la solidaridad que nos une a todos.
Digamos que la ecosofía recopila las enseñanzas de la ecología y las orienta hacia el desarrollo de un nuevo equilibrio, que solo llegará a consolidarse si tienen lugar transformaciones fundamentales en las mentes de las personas y en los patrones de relación con el universo en su totalidad.
Requerimos de una nueva alianza que implique la recuperación de la dimensión de lo sagrado, la afirmación de la dignidad de la Tierra y del límite que necesita imponerse al deseo humano de dominar y explotar. Para algunos lo sagrado constituye una experiencia fundante que subyace a las grandes vivencias sobre las que se construyeron las culturas en el pasado y la misma identidad profunda del ser humano. Es decir, lo sagrado no es una cosa sino una cualidad de las cosas que nos permite sentir fascinación nos habla desde lo profundo y nos transmite la inmensidad de una experiencia.
Ya hemos expresado desde esta tribuna que el hombre debe cambiar su percepción de su relación con la naturaleza. No es el amo de la naturaleza, pues desde este planteamiento conduce a un dilema insoluble y rompe el equilibrio: Si soy el amo, catástrofe ecológica; si soy el esclavo, catástrofe humana. Los seres humanos somos el centro del universo, porque en cuanto a microcosmos somos un reflejo del todo, pero no somos la circunferencia de la realidad.
Nosotros podemos ser el centro del universo solamente si no nos atribuimos una dimensión propia y permanecemos abiertos a una circunferencia cada vez más grande. Por ejemplo, una economía que tiene confianza en sí misma no significa que sea autosuficiente, sino que está inserta en una red de sana interdependencia de mercado.
Ya sabemos que el hombre es un ser social, por ende, para proponer transformaciones es necesario revisar la estructura política en la que puede darse. El movimiento ecológico no puede ser un modo tecnológico de explotación más racional y duradero de la Tierra, debe ser fundamentado en una eco –filosofía digna de tal nombre, y que esto requiere una relación completamente distinta con la Tierra, la Tierra no es un objeto ni de conocimiento ni de codicia, la Tierra es parte de nosotros mismos, de nuestro sí.
En tal sentido los movimientos verdes promueven la ratificación de un pacto de alianza con la Tierra, un pacto de fidelidad con nosotros mismos, que requiere colaboración, sinergia y nueva consciencia.