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El sufrimiento

El sufrimiento ha existido desde que el hombre apareció sobre la faz de la tierra, dado que este sentimiento es inmanente a él. Ha habido a lo largo de la historia de la humanidad, diferentes formas de infringir dolor y padecimiento a las personas; desde la flagelación, la crucifixión y la lapidación de la época grecorromana; los potros de tortura, la guillotina y la hoguera medievales; los laboratorios experimentales de los nazis, en su afán de crear la raza aria, hasta las aberrantes y, en ocasiones, sofisticadas prácticas de la era moderna: el abandono de niños y ancianos; el divorcio; la violación de mujeres y niños; el secuestro y la extorsión; el acoso laboral; el acoso bancario; y tantas otras que no sólo afectan el campo emocional de quienes las padecen directamente, sino que sus efectos colaterales tocan la sensibilidad, la incertidumbre, el temor y la desesperanza de sus familias, haciendo que el sufrimiento adquiera características de pandemia inducida.

Son tan complejos como insondables los abismos de la mente humana que el hombre de la misma manera como es capaz de infringir sufrimiento a un semejante, también lo hace consigo mismo, lo que literalmente se refiere al sadomasoquismo. Estas conductas de carácter sicosomático no las abordaré, puesto que no soy docto en sicoanálisis, pero sí puedo afirmar que tales comportamientos, por considerarlos desequilibrios sicosociales inmersos en la mente del hombre de nuestra época, alejan toda posibilidad de que el sufrimiento “pase de moda”, en consecuencia, tendremos que continuar esperando, estoica e inexorablemente, que algún tipo de sufrimiento nos asalte en el camino.

“El sufrimiento es el padecimiento, la pena o el dolor que experimenta un ser vivo”, razón por la cual, no podemos hacer abstracción de los animales. Acaso nos hemos detenido a pensar en el dolor que sienten los leones, las jirafas o los elefantes, cuando los raptamos de su hábitat natural para exhibirlos como trofeos en circos o haciendas particulares?; o en el de un cachorro (y su madre), cuando lo separamos abruptamente y en plena lactancia, para comercializarlo o para cumplir con un “encargo” caprichoso de un vecino? o en el de las focas bebés, cuando se las mutila de la forma más cruel y sanguinaria para extraerle su apetecida y fina piel?

La crueldad animal es un acto que predispone a la violencia social, pero el hombre del común usualmente considera estas acciones predadoras, como algo normal en el contexto de su propia condición humana; es por ello que cada quien debe analizar estas conductas y valorarlas de acuerdo con sus propias concepciones y principios.

Permítame, amable lector, referirme in extenso a la llamada “fiesta brava”, puesto que tradicionalmente se la considera reservada para “gente bien” (?). Una tarde de domingo que presagia dolor, sangre y muerte. Los taurófilos abarrotan la plaza, ávidos de ver correr sangre en el ruedo; en sus odrinas sangría, ajenjo o sidra, bebidas predilectas de estos aficionados. Comienza la faena; el diestro, luciendo su impecable atavío de luces, se apresta a enfrentar al toro, ya herido por la pica que previamente le asestarán, una y otra vez, para enardecerlo; portando el capote y la muleta, inicia con una serie de verónicas, farolas, gaoneras y chicuelinas que progresivamente van cansando al noble animal; el público parece alucinado, y ebrio de licor y excitación, no cesa de gritar !ole! !ole! !ole!; continúa la tortura, y cuando el miura recibe tres pares de banderillas, ya está desfalleciente.

Cuando el matador advierte que su “enemigo” se encuentra exhausto, toma la espada y de manera despiadada y cruel, la hunde hasta la empuñadura en el lomo del astado, hasta causarle la muerte. El macabro ritual culmina con el paroxismo de la concurrencia, tributando al héroe de la tarde un delirante y apoteósico ¡torero! ¡torero! ¡torero!
Aunque los criadores de toros bravos aleguen, con eufemismos exasperantes, que estos son inmunes al dolor, si poseen algo de humanidad, no podrán negar que la muerte de un toro a manos de un torero, se produce con saña, alevosía y ventajismo.

Por Leovigildo Rodríguez Vega

Periodista: