Los días veraniegos suelen ser todos peculiares y muy particulares; todos con esa cálida brisa medio fresca y al mismo tiempo calenturosa, que sin importar cómo nos reciba al amanecer, muchos salimos a realizar nuestros actos cotidianos, para los cuales imprimimos todo nuestro esfuerzo, empeño, y ¿por qué no? amor.
Caminando las calles de Valledupar, me encontré con una historia de vida que no resulta ser la excepción ante este llamado mañanero que nos hace el día.
Abimael Quintero cada día, como hace 20 años ya, se levanta con las mismas ganas de entregarle a su pueblo vallenato todo su mejor empeño en el oficio al que ha recibido durante mucho tiempo en su vida, arreglar gafas. “Todos los días se levanta uno sonriente, saludo a la gente, siempre con cordialidad, eso hace que uno se mantenga en este arte”. “Esto lo hago porque me gusta, me nace trabajar con esto”, añadió Quintero.
En un local ambulante, tan acogedor como su amable atención, ubicado en el sector del Centro Histórico de Valledupar, comienza su día desde muy temprano. Sale a batallar para ganarse la vida en una lucha diaria, que endulza con amor y con pasión, tanto a su trabajo como a su familia, a la cual sostiene gracias a este empleo; que como él mismo dice “es un negocio del que uno se mantiene y se mantiene por que uno tiene orden y juicio”.
Bajo el sol de mediodía, típico de nuestra región, este hombre muestra cómo a través de la dedicación y el empeño se pueden conseguir grandes logros, que sin importar la riqueza del dinero, después que hayan ganas y deseos de superación, se es posible conseguir lo que se propone. Es por eso que, sin importar cómo lo reciba el día, con lluvia, tormentas o una hermosa calma, Abimael ve en cada mañana, una oportunidad para crecer, y darle no solo a los vallenatos lo mejor de su labor, también a su familia, que con sacrificio y entrega ha logrado sacar adelante.
Así como en las obras de teatro cada personaje es una historia relatada a partir de un guión; en la vida, cada uno es un personaje representando a esta misma, poniéndola en escena a partir de un guión que con esfuerzo y dedicación previamente se va escribiendo y trazando día a día; utilizando como aliados escenarios que caractericen el espacio en el que se presenta la obra; no siendo este, más que esos lugares y esas competencias que se utilizan para lograr armar el concepto de vida.
Sentarse a percibir el verdadero olor de la brisa, el olor de la calma, el olor de la pasión y entrega que se respira en la plaza Alfonso López, olvidando por instantes el inclemente sol, y ese ruidoso entorno que acompaña día a día la ciudad, es lo que nos permite ver más allá de cada historia; y palpar cada parte de peculiaridad que encierran en sí mismas.
Quintero, tiene ese empuje que lo caracteriza, en él se ve el reflejo de muchos hombres que aún en anonimato, le imprimen consagración y un gran homenaje a la ciudad, mostrando que en medio de todos esos árboles enraizados en la ciudad, se trazan historias de verdaderos héroes, que aún sin espada y armadura de coraza en mano, se visten con las únicas corazas que han sabido usar: ganas, empeño y dedicación.
Hombres como Abimael hacen recordar que los verdaderos valientes son los campeones de la vida, que con sacrificio y dedicación se forjan un camino, en el que su principal aliado es la gratitud. “Vivo agradecido con Dios porque uno debe ser agradecido en la vida, con lo poquito que se gana o con lo mucho; siempre agradecer a Dios”. Es un camino sobre el cual su única meta es el agradecimiento sincero; y su principal premio es la complacencia de su vida misma.
Por; Letty Polo Thomas
lettymarcela@hotmail.com