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El sicario, figura nacional

Desde mi cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro

En Colombia se ha venido conformando una estructura socio política y cultural generadora de desorden; un Estado impotente ante la acción de unas fuerzas oscuras que intentan establecer mediante la fuerza un “orden” y terminan generando mayor desorden, dando un carácter de pugnacidad y beligerancia a la confrontación de las ideas sociales y políticas.
Se ha configurado así lo que algunos analistas denominan una cultura de la muerte.  El asesino ha cambiado de status, ya no pertenece al mundo de lo esporádico, se inscribe ahora dentro de la división social del trabajo.
El proceso de acumulación de capital que otrora demandara personal calificado: técnicos, ingenieros, administradores, planificadores de desarrollo, etcétera, ha comenzado a demandar también criminales a sueldo, bien remunerados.

Y en este proceso, la valoración misma de la muerte se ha transformado, ya la desaparición de un ser querido no produce una situación de duelo; aparece como una afirmación del mundo, es decir, fuente de identidad colectiva.

El sicario sabe que su vida es breve y que  su bienestar presente se paga con la muerte. Necesita aferrarse al mundo, tener reconocimiento matando, el entierro simboliza la culminación de su obra.
La muerte se muestra como un valor en sí misma, como la culminación de la lucha contra la desintegración de la identidad, y reviste, por ello, la figura de una liturgia que da sentido a la vida.
El sicario emerge como una figura nacional que desborda el orden democrático de la sociedad, y persigue un nuevo orden: acceder al dinero sin someterse a las normas.

yastao2@hotmail.com

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