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El ser negro

Desde la invasión española han pasado 529 años, pero en estos 5 siglos en vez de olvidarse las formas de pensar coloniales, estas se han venido afianzando, logrando la naturalización del juicio, cuyas conclusiones al final se tienen como razonamientos comunes, que no necesitan profundizarse y mucho menos admiten discusión.

Damos por ciertas sus afirmaciones. La importancia del tono de piel es una de las ideas coloniales más radicalizadas en el continente americano, ello ha sido motivo de exclusión y de ventajismos. El abrigo natural decide tus oportunidades en la vida. 

El negro es el último elemento antropológico puro llegado a América. Fue introducido por la corona esclavista española como elemento de fuerza para el trabajo rudo que se realizó en el proceso de saqueo del nuevo mundo.

Fueron tres o cuatro siglos de esclavitud, donde el negro fue reducido a una cosa, cuyo valor lo estipulaba su capacidad de fuerza, consideración que invisibilizaba cualquier idea de humanización del mismo. 

En nuestro país existen cientos de asentamientos humanos (caseríos, pueblos y ciudades) donde el tono oscuro de la piel es el predominante, pero no se consideran como pueblos negros, pues como dice Alejandra Aquino Morechi es tal el desprestigio y la inferiorización que durante estos tres centenares de años ha caído como lluvia invisibilizadora  que no solo han logrado el señalamiento y la exclusión del negro de los escenarios públicos, intelectuales y de poder, sino que quizás, lo más grave sea que por medio de la escuela que carga el lastre de la colonia y cuenta la historia de los vencedores y el conocimiento imperial, se ha logrado introducir en el negro mismo la convicción de la vergüenza y la desestimación de sus propias condiciones.

El racismo no solo se predica de los pieles claras hacia el negro, sino de este frente a sus propios iguales, pues, el condicionamiento intelectual al que ha sido sometido lo ha llevado al reconocimiento de sus propias limitaciones.

Hoy la constitución y la ley protegen sus derechos y muestran un marco normativo que  garantiza la igualdad de los hombres sin importar raza, estirpe o condición, pero es otra la realidad a la que nos enfrentamos, pues la cadena de un conocimiento impuesto nos arrastra a pensar en la limitación de nuestros escenarios de desarrollo académicos e intelectuales.

Ha sido tanta la marginalidad que la misma ley nos ofrece cupos de privilegios que en vez de abrir una ventana de oportunidad, lo que hacen es reiterar esa condición de inferioridad mezquina y erradamente impuesta por la historia. 

Ya lo había dicho el investigador social Bonaventura De Sousa al referirse a la ciencia moderna, y es oportuno traerlo al escenario de discusión: el conocimiento eurocéntrico se impone al punto de menospreciar, descalificar e incluso exterminar las otras formas de conocimiento y es ello lo que ocurre con el negro, quien ha sido educado y formado bajo los saberes que lo desprecian y descalifican al punto de lograr su propia negación.

Salvo algunas excepciones en Colombia, verbigracia (Palenque Bolívar), los poblamientos negros no se consideran como tal y aunque el elemento humano afro sea superior en número, en los escenarios de poder y espacios sociales los de piel clara y apellidos europeos se roban las posiciones de privilegio.

Toda una historia de orgullo y pavoneo de nuestras raíces europeas, la academia nos ha enseñado cómo armar nuestro propio árbol genealógico, que al final nos lleva a engrandecernos de nuestro pasado europeo, de nuestro abuelo francés o tatarabuela italiana.

Bastaría con mirarnos al espejo y olvidarnos del tono de la piel para descubrir el gen africano que pende de nuestro cuerpo como recuerdo innegable del cruce étnico, de pronto descubriremos el enroscado cabello del hombre de Camerún, o la nariz chata de la mujer del Congo o quizás detrás de esa piel blanca está oculta la forma de cicatrizar o mejor aún la riqueza rítmica historial del África Subsahariana. 

Es hora de que los pueblos negros nos identifiquemos como tal, no por la limosna legal que ofrece el gobierno, sino por dignidad y orgullo de portar el tono de piel de la resistencia y dejar de hacerle juego al título del libro de Franz Fanón: ‘Piel negra, mascaras blancas’.

Wladimir Pino

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