La vida de Juan era un asco, pues sus padres nunca estaban en la casa. Él era un niño solo, sin amigos y sin nadie con quien hablar ni desahogarse. Se preguntaba mil veces cual era el sentido de su vida sin encontrarle respuesta a ese gran interrogante que para muchos era una tontería, pero para él era una necesidad resolverlo.
Un día, iba directo a su escuela muy furioso consigo mismo, con su vida porque estaba cansado de que todos se burlaran de él por una joroba que tenía. De lo molesto que estaba, pateaba todo lo que se encontraba en el camino, a todos le salía con groserías.
Ese día un señor ciego se le acercó y le dijo:
-Jovencito no te preocupes que tu vida va a cambiar. Ten paciencia que Dios todo lo pone a su debido tiempo.
Ese día Juan no pudo dormir pensando en lo que había pasado con el ciego. Cuando al fin pudo cerrar sus ojos, empezó a soñar con un Señor mayor. Estaba sentado en las sillas del comedor, con sus dos hijos con su esposa sonriendo. El señor le dijo a Juan que, si el cerraba sus ojos y reflexionaba, él podría llegar lejos y dejar su feo pasado que todas las respuestas de sus interrogantes estaban en su corazón. En ese momento, se despierta y se da cuenta de que era tarde, se alisto y se vistió. Cogió directo para su escuela, pero cuando iba entrando uno de sus compañeros le dijo:
-Que haces aquí maldito jorobado esta no es tu escuela lárgate.
Juan salió corriendo para su casa, al llegar todo estaba en silencio y no había nadie, cerró sus ojos y reflexionó lo que le dijo el ciego.
Al día siguiente, Juan se dirige nuevamente hacia su escuela cuando escuchó un llanto cerca a un callejón. Le dio curiosidad de saber qué era eso, así que entró al lugar y vio a una chica llorando. Se le acercó y la consoló.
Él se sintió feliz por ayudar a otra persona a recuperarse del dolor. Entendió que por más dificultades que tenga, siempre podrá contar con el apoyo de seres de luz que brindan su compañía en todos los momentos. La satisfacción por ayudar a aquella niña lo embargó completamente… esta vez fue un ángel para ella. Además, ya no estaba solo, contaba con la amistad de la chica del callejón.
Por: María Cristina Aguilera -Colegio Técnico Upar