Protegida de los años, la lluvia y el sol por un frondoso árbol de mango, permanece el templo de la dinastía Díaz en el barrio San Joaquín de Valledupar. La moneda con la figura de Diomedes Díaz, el más grande y fundador de la dinastía, da la bienvenida a visitantes locales y turistas de todas las partes del mundo donde haya sonado una composición del Cacique o sus hijos.
Debajo del mismo árbol de mango se esconden del sol del mediodía sobrinos, primos, nietos, vecinos, concentrados en una pequeña mesa rima jugando dominó. Es una nueva generación en la que el mayor no supera los 20 años pero que comparte las costumbres aquellas.
Dentro de la casa el ambiente es cultural, desde paredes, puertas, sillas, en cada metro vive la historia. Semanas antes de la conmemoración de la muerte del Cacique, 22 de diciembre, la casa se prepara para recibir mayor afluencia de visitas de lo normal, igual que para el Festival Vallenato. Medios de comunicación, cercanos, amigos, familiares, llegan a presentar condolencias y recordar a los que ya no están.
Una de las habitaciones se convirtió en una tienda de recuerdos, sombreros, cuadros, afiches, llaveros, todo relacionado con la vida y obra de los Díaz: desde Diomedes, Martín Elías, Rafael Santos y todo el que además del apellido lleve en la sangre el amor por cantar o componer. Pero también accesorios de quien representa la ternura y fue la encargada de forjar uno de los mayores clanes artísticos del país: Mamá Vila, la madre de Diomedes Díaz.
A todo el que llega alguien lo atiende, alguien le sonríe. Esa es la esencia de familia. La hospitalidad hizo de la casa esquinera de paredes blancas una de las más representativas de la ciudad, mejor dicho la alcaldía del turismo.
No faltan las anécdotas, las historias, las largas charlas en la sala adornada por grandes cuadros de las figuras de la casa. “Recuerdo que ya Diomedes era un ídolo, la gente no lo podía ver porque lo quería saludar y abrazar. Entonces cuando venía acá hacíamos apuestas. Yo lo retaba y le decía: ‘A qué no eres capaz de salir a la calle y parar el tráfico de la esquina’. Y era así: no llevaba 10 minutos en la terraza cuando ya había una fila de carros en la cuadra”, relata Elver Díaz Maestre, el penúltimo hijo de los 9 que tuvo Elvira Maestre.
Elver era el encargado de comprarle las cervezas a Diomedes. De la ida y venida a la tienda de la cuadra nació “La tiendecita”. “Voy a poné’ una tiendecita para vender cervezas, para yo tomarme una de vez en cuando, para evitarme problemas de andarlas buscando, porque así es que me las paso de tienda en tienda”. La verdad es que Diomedes no andaba de tienda en tienda, era Elver, pero el problema es que Elver no le gustaba el sol caliente y nunca regresó vueltos. Anécdotas como estas se escuchan todos los días entre los habitantes y visitantes de una de las casas más icónicas del folclor vallenato.
En el patio mama Vila descansa y toma siestas, recibe familiares y amigos cercanos. En ese patio recibió a su nieto Martín Elías pocos días antes de su trágica muerte. Besó su mano. En la sala hay un cuadro testigo enmarcado con una foto donde Martín en forma de reverencia baja su cabeza para mostrarle el respeto que merece la cabeza de un clan que como decía Diomedes “durará hasta 3.000 años”.