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El santo Ecce Homo del Valle

Ha sido mi protector, exclama la gente cuando las emociones invaden la retórica y se vuelven los oradores convincentes ante cualquier multitud.

Poncio Pilatos exclamó, para lavarse las manos, ante el pueblo de Judea con sed de represalias, “Ecce Homo”: ¡He aquí el hombre!, cuando ante sus debilidades e incertidumbres fue incapaz de respetar la verdad de aquel hombre que redimió a la humanidad entera.

La leyenda del Ecce Homo para esta tierra aún se esconde en el misterio, solo se sabe que era la reencarnación del Nazareno y que llegó santificado bajo un tronco de Nogal bien labrado por artistas ecuatorianos al final de los siglos XVII. 

Me atrevo a decir que el nogal, árbol de tallo grueso y esbelto es originario de climas templados, cuyo fruto es la nuez, nos ayuda a pensar que la imagen existente y venerada en este pueblo puede ser originaria de allí, de esos climas cercanos a Quito, donde se dan. 

Monedas, manifestaciones con vítores, pañuelos blancos, velas encendidas y ovaciones inmensas, surgen en la ciudad todos los lunes santos de cada año cuando una apasionada multitud de fanatismo religioso, que guardan en sus ropas blancas con solapas moradas los sueños  y las esperanzas por una vida mejor, se despliega a lo largo de la plaza principal y sus calles coloniales, para rendirse a sus pies, secar su sudor sobre la madera con el color del ébano, orar y pedir por milagros solventes, como también para rendir culto a las creencias de un pueblo que cada día se sumerge en depresiones económicas y morales por no encontrar solución a los problemas de vida.

Estoy seguro que nadie espera dentro de la clase más sufrida milagros específicos de él, pero buscan tocarlo para ungirse, tal vez de la gracia divina, o tal vez en busca de un perdón que nunca llega, pero que al hacer estas emociones realidades, parece que se nos hiciera un milagro ya que alcanzamos cómo una especie de paz momentánea. Asisto a la misa y procesiones con alguna frecuencia y observó minuciosamente a mucha gente y en sus mentes leo con una facilidad pasmosa lo que trama cada quien de esas conocidas en todos los medios y actividades.

Me doy cuenta que familias y damas poderosas, llenas de generosidad, ofrecen obras de caridad permanente y así lo hacen; feligreses conocidos que rezan día a día y promueven bienestar algunas, y cómo esclavitud e indiferencia otras; pecadores de todos los géneros, empedernidos, buscando el perdón final solo absueltos por la necesidad; mendigos y gentes muy pobres buscando espacios para sus ilusiones; jueces venales en busca de redención pero reinciden en sus actos; personalidades políticas buscando cargar en sus hombros el peso de un milagro en votos, para luego humillar a sus electores y someterlos a sus voluntades y parece que este tipo de milagros se diera, ya que, ello lo vemos después de cada triunfo electoral; solemos criticar con más frecuencia dentro de nuestras actividades sociales a la clase política, pero en muchos de los que la ejercen también observé el ánimo por un cambio en su ética procedimental;  observo al pudiente de turno buscando ampliar sus utilidades, pero huyéndole al sacrificio económico por su sociedad; pero lo que más me causó y ha causado sorpresa fue observar a una persona quien después de un examen de contrición perfecta, exclamar en un silencio acompasado: ¡Ecce Homo!, soy una persona sensata, pues no le tengo miedo a mis deseos y me siento feliz con lo poco que tengo,  pero ¡ayúdame a ayudar a los demás!

Hasta ahora es el único milagro del que soy testigo, pues dicha persona la veo permanentemente desde mis graderías, con recursos y sin ellos, cumpliendo su misión cabalmente, correspondiendo a su altruismo y cada vez que la encuentro pienso en mi silencio diciendo: ¡He aquí el hombre!

Se que muchas personas, de las que habitualmente asisten a esta festividad religiosa, ven desde cada uno de sus puntos de vista, a muchos buscando milagros, bajo cualquier condición económica y social que exclaman calladamente… ¡Ayúdame a ayudar a los demás!

Pero también pienso que con las oraciones a Dios se alcanzan a mitigar las angustias causadas por el hambre y la miseria, al menos un instante, y eso me hace creer en el Ecce Homo, el santo Ecce Homo del Valle que ha sido mi protector. Así dice un connotado poema regional y así lo dicen mis emociones católicas.

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Fausto Cotes: