En la década de los años cuarenta del siglo anterior, Ciénaga era el pueblo más importante del viejo departamento del Magdalena. La bonanza del oro verde generaba trabajo en abundancia, desarrollo, y mucho, mucho billete. Fue la época en que el peso colombiano estaba a la par del dólar. Ciénaga era un punto estratégico frente al mar caribe y encuentro de caminos férreos, fluviales, marítimos y de herraduras hacia cualquier dirección de la geografía colombiana; este sitio era un hervidero de gente que llegaba de la provincia, del interior de Panamá, Cuba, el Darién y de la extranja. Según Moisés Perea, era un verdadero imán donde confluían inversionistas, comerciantes, turcos y palestinos, aventureros, rebuscadores, tavures blacamanes, campesinos, obreros, damiselas y hasta juglares del acordeón y la guitarra. Fue la época en que de los Santanderes llego a ciénaga la familia Rodríguez Izquierdo gente dinámica y laboriosa que monto un negocio de comercio misceláneo en cercanías de la estación del ferrocarril y frente a un extenso playón donde los pocos deportistas del entorno pateaban bola los fines de semana.
El negocio de los cachacos Rodríguez se llamaba ‘La tranca’ y reafirmaba su nombre una imponente tranca de madera que sobresalía en lo alto de la esquina principal de la edificación.
El sitio con el tiempo se convirtió en tertuliadero de los rodillones cuando finalizaban los partidos y también de los pasajeros que iban y venían en el tren. Allí se expendían gaseosas, refrescos, meriendas y a quien quisiera ingerir algo de licor solo le ofrecían el famoso ron de vinola, exclusividad de la casa que orgullosamente producían los Rodríguez Izquierdo, experimentados destiladores a partir de la caña del tradicional “guandolo” santandereano pero que conscientes de los heterogéneos galillos cienagueros le dieron un toque más refinado al alambique. Con piña fermentada en toneles de madera y una fórmula secreta que jamás dieron a conocer obtenían la vinola, llamada también chichema por viejos bebedores del interior y que los cienagueros tomaban con avidez.
La atención en la tranca era esplendida pues quien servía la vinola era Lola Hurtado, una vivaracha joven de alegres caderas a quien Guillermo Buitrago el trovador del pueblo le tenía el garabato en vinagreta. Él llegaba a diario y la serenateaba a toda hora le dedicaba versos que poco a poco tomaban forma y surgió el merengue El ron de vinola, que rimando sus versos y con un acertado juego de palabras le dieron protagonismo a lola la graciosa: Me gusta el ron de vinola / me gusta, me gusta Lola.
Las rentas del Magdalena sintieron el bajonazo en el consumo cienaguero del ron caña ya que Buitrago se entregó a la vinola y al amor de lola tratando que esta le revelara la fórmula secreta que ni ella pudo descubrir ya que solo los cachacos de la tranca tenían acceso al alambique.
Después de la bonanza del banano los Rodríguez Izquierdo se fueron con su vinola pa’ otro lao y así termino la crisis de la licorera del Magdalena.
Acaba de pasar la temporada decembrina evocadora de bonitos recuerdos y lejanas alegrías y sigue escuchándose este merengue de Buitrago que nos trae aromas del salitre cienaguero, del cayeye del guineo paso, de arroz con lisa, de arepa e huevo, pasta de mango, la concha e’ coco, a la danza del caimán y a sus ardorosas hembras de nalgas musicales.