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El río y el tiempo en la poesía

En la tertulia literaria que lideran en Popayán los escritores Donaldo Mendoza, Julio César Espinosa y Rodrigo Valencia, celebraron la presentación de mi reciente libro. Donaldo Mendoza leyó estas palabras.  

Editorial Gráficas del comercio, de Valledupar, acaba de publicar en suave y blanco papel, el poemario Epifanía de la memoria. En mi mirada, el mejor de los libros escritos por José Atuesta Mendiola (Mariangola-Valledupar). La límpida edición de los textos, la elaboración y potencia estética de estos cantos dan fe de lo dicho. Ochenta páginas y treintaiséis poemas que el lector puede leer de un tirón y sentir que desea seguir. No es un elogio, es la virtud que contiene el libro, como intencionado para despedir el eufónico 2020. Virtud que se refrenda en el lúcido prólogo del maestro Rodrigo Valencia Quijano.

Dos temas, universales en la literatura, son responsables de la unidad del poemario: el tiempo y el agua, que la historia de la poesía nos enseñó a ver como la síntesis de la existencia, en los memorables versos de Jorge Manrique: Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir. José Atuesta añade intensidad al drama de Manrique con un punto de vista mítico que intenta interpretar –a través del río (el agua)– un porvenir incierto, dejando avizorar velos de esperanza.

No habrá un adiós para siempre, mientras se pueda cifrar el lenguaje en poesía. La palabra, nos revela el evangelista Juan, es luz del mundo. La balanza en el atril del tiempo/sostiene el alma de las palabras. Sentencia el rapsoda José Atuesta. Con este salvamento, el poeta, residente de esta tierra y este tiempo llama la atención sobre un impredecible futuro, si la relación humana con la naturaleza y sus elementos sigue la marcha fatal que este avisado arúspice ve: El río de sonoras leyendas/ ahora se adensa en oxidados escombros/que mancillan su historia y su nombre.

Y contrasta este presente fatalista con el mítico edén de un pasado inocente, cuando veía en las calendas del verano/el reposo del agua en las cacimbas. Unido a ese otro tiempo que ha sido el alimento existencial de este cantor de añorante morriña: La desnudez de las riberas/ del pueblo unido a la infancia/que guarda la nostalgia del río.

En las últimas páginas, el aedo José Atuesta Mendiola deja entornada la puerta del poemario, a fin de que se abra a los ojos de los lectores –que auguro van a ser muchos– el espíritu de un inspirado vidente que revela en poesía el sésamo de la salvación humana, en virtud de que: Aunque ignoremos el verso/la música hace la vida distinta/supera las fronteras de la tinta/y en sonoro instante une al universo.

Los dejo con el poema que le rinde tributo a uno de los líricos grandes del Cesar, Luis Mizar Maestre, (Fragmento): “Por el invierno que apresura la tristeza en los zapatos de Vallejo. Por las lágrimas de la noche en el lienzo de Penélope. Por la mariposa que sueña en las barbas del abuelo.”

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