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El rico cují

Muchas décadas atrás en la época del mayor esplendor de nuestra juglaría, los andantes caballeros que recorrían en un burro con el acordeón terciado en la angarilla del animal todos los pueblos de la geografía provinciana, eran de extracción campesina quienes encontraban entonces una gran afinidad por gustos y hábitos con los dueños de fincas y grandes haciendas siempre alentadores de parrandas donde el juglar se lucía improvisando, componiendo y cantando sus propias obras. Muchos de estos terratenientes lograron a punta de hacha y machete, duros esfuerzos y viviendo dentro de la mayor austeridad, edificar grandes capitales ahorrando y cuidando al máximo los centavos que ordenadamente se convertirían en pesos y estos en millones. Era gente muy trabajadora que si bien es cierto festejaban su cumpleaños o el grado de algún hijo, sin derrochar un solo peso, pasada la fiesta, nuevamente blandían el machete para cuidar lo que tanto le había tocado conseguir.

En la óptica de la gente que conocía esta postura de algún ganadero rico, siempre existió a manera de crítica y reproche, o hasta de una queja, el comentario que hubiese sacrificado tanto dedicándose solo a producir sin haber disfrutado de su fortuna, cuidándola hasta que les llegara el último día de su existencia, y que de nada le iba a servir ya que una tumba fría no distingue al pobre o al rico, y al final quienes se darían la gran vida serían los herederos y familiares, muchos de ellos sin haber trabajado nunca.

Esta situación reiteradamente la encontramos descrita en cantos vallenatos que surgían en los acordeones de muchos juglares andariegos. Es éste un tema donde abundan composiciones que teniendo todas un final común, cada autor con su sello y gracia personal describía en una forma distinta.

Quizás los temas más celebrados dedicados a estos personajes son los de Enrique Díaz de su autoría Don Fulano y El rico cují de Segundo Mendoza, un autor de Astrea en el departamento del Cesar, que trata de un rico hacendado que por ahorrar comida llega a parecer un carrao, un pájaro estrafalario flaco y ripiú que la única gracia que tiene es que si coge rabia busca una horqueta, mete la cabeza en ella y tira fuerte hasta desnucarse.

Para salir al pueblo el rico demarras luce sus mejores galas; franela amansaloco, la más proletaria prenda de cualquier labriego y pantalones diagonal, así conocidos por los recolectores de algodón y que eran artesanalmente confeccionados con la tela usada para forrar las pacas de algodón que comercializaba la firma Diagonal. Para rematar el retrato del personaje, asegura que éste ya le ordenó a su mujer que el día de su muerte en el velorio utilicen mechones que son más baratos que las tradicionales velas.

Una vez que ya el fulano se ha ido para el otro lao, aparecen los caza fortunas, los avivatos, aventureros, vividores, haraganes, oportunistas, parientes y hasta donjuanes de medio pelo tratando de conquistar a la viuda rica quien después de repartirle a la parentela lo que le corresponde, se compra un carro, se pinta el pelo, se pone brackets, se hace una liposucción, se levanta la cola y el busto, cambia las gafas de aumento por lentes de contacto, se compra un iPhone, se mete al gimnasio, aprende a bailar reggaetón, se depila las piernas y el bigote, se rasura las axilas y demás, cambia los camisones de dormir por baby doll y después del manicure, pedicure y una mano de piedra pómez en los talones, se va para el centro comercial a emperifollarse con los últimos aullidos de la moda y entonces sí, a gozar la vida que para eso bastante trabajo y ahorro el rico cují.

Es este un calificativo que actualmente ya en los centros urbanos ha sido cambiado por tacaño, duro, miserable y amarrao y que se le endilga a ciertos personajes que se aferran al dinero sin disfrutar de él convencidos que después del campanazo final seguirán siendo ricos.

Por Julio Oñate Martínez

Categories: Columnista
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