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El rey Midas de la risa

EL TINAJERO

Por José Atuesta Mindiola  
La semana pasada, que anduve por el Eje Cafetero, celebré el reencuentro con Jaime Ríos Melocorto, compañero de estudio en la Universidad Distrital en Bogotá.  Hubo tiempo para evocar muchas anécdotas, hablar de la experiencia común en el magisterio y, claro, disfrutar de sus viejas cualidades de humorista. Al igual que en la Universidad, hoy sus colegas  le seguimos llamando el ‘terapeuta de la risa’; por eso le resulta tan fácil disertar: “La risa es gratuita, sinónimo de vida, crecimiento y salud mental. Con ella podés superar los malos momentos y gozar de las cosas cotidianas. La risa es, en efecto, la libertad que nos libera del estrés y la ansiedad. Disminuye el colesterol, produce una activación cerebral donde se aumenta la liberación de neurotransmisores que dan lugar a una sensación placentera y sedante. Tras una carcajada se activan las endorfinas, que son las hormonas responsables de aminorar el dolor. Cuando reírnos aumenta la ventilación y la sangre se oxigena. La risa está conectada con el hemisferio derecho, parte del cerebro responsable de la creatividad, la intuición, el juego y el arte”.    Jaime Ríos confiesa que sus cualidades humorísticas fueron heredadas de su padre, a quien sus amigos llamaban el ‘rey Midas de la risa’. Don Jaime Ríos, su padre, fue un genio de la creatividad y el humor. En sus ratos de juergas solía decirles a sus compañeros que a la hora de la muerte lo despidieran con risa. Cuando llegó la hora final, su mujer, fiel a la voluntad del esposo, ordenó cambiar el vidrio del ataúd por un espejo, y todo el que llegaba a la funeraria con la penumbra de la tristeza en los ojos, al inclinarse con la intención de ver la cara del difunto, se impresionaba al mirarse en el espejo, y confundido soltaba una sonora carcajada.      Jaime Ríos Melocorto ha estado varias veces en la Costa Atlántica. Cuenta que en Barranquilla fue a un restaurante y, después de leer el menú, ordenó el plato: “raíces tropicales con crema semiácida”.  Cuando le trajeron el plato, sorprendido se derrite de la risa, porque era yuca con suero salado.  En Valledupar, llegó a un restaurante de estrato seis y pidió “lomo siciliano con crema encarnada”, a los veinte minutos aparece el mesero con un plato gigante, que sólo contenía 150 gramos de carne gorda empapada en salsa de tomate.         De casos insólitos en los colegios, recuerda Jaime que en el primer plantel que trabajó (finales de la década de 1970), el rector de turno reunió a los profesores, el 22 de octubre, antevíspera de las fiestas patronales de San Rafael Arcángel, le pidió a cada uno de ellos que rindiera informe sobre el porcentaje del desarrollo de su programación en clase. Unos dijeron 80%, otros 78%, 82%… Y el rector concluyó: “Señores profesores, hemos superado el promedio mínimo de desarrollo de los programas que exige el Ministerio de Educación Nacional, que es el 75%; como premio a la magnífica labor de ustedes y de los estudiantes, desde hoy decreto las vacaciones anticipadas, y deseo que todos disfruten de las fiestas patronales y de fin de año”.  El rector sufría de esquizofrenia. Fue separado del cargo y remitido a un tratamiento clínico

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