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El reverso oscuro del Festival de la Leyenda

El Festival de la Leyenda Vallenata es, sin lugar a dudas, el corazón palpitante de la identidad cultural de Valledupar. Durante estos días de celebración, las calles se convirtieron en un hervidero de emociones y alegría, donde la música y el folclor tiñeron cada rincón de la ciudad con los colores de la tradición. 

Por infortunio, esta celebración no parece inmune a los problemas que aquejan a nuestro país. Bajo la superficie de alegría y festividad, surgen nubarrones que presagian tempestades que mojarían y afectarían la moral, la seguridad y la economía de Valledupar, tempestades que la ciudad debe precaver a futuro. Concretamente, preocupa la sombra del traqueteo, preocupa más que se le haga apología y preocupa la ceguera permisiva de las autoridades. 

Las evidencias eran notorias, porque además sus protagonistas gozaban de su ostentación. Eventos con costos astronómicos ofrecían boletas a precios irrisorios, mostrando sin pudor las prácticas de lavado de activos. La falta de seguridad y logística en algunos de estos eventos (los atracos en los baños parecían parte del espectáculo, al igual que los rostros tapados de los ocupantes de muchos palcos) dejaba al descubierto que su verdadero propósito estaba lejos de ser un homenaje al vallenato. 

Por nuestra historia con el narcotráfico, el sistema financiero colombiano se convirtió en uno de los más robustos del mundo en la aplicación de sistemas de gestión del riesgo para identificar recursos provenientes del lavado de activos y que financien el crimen organizado. ¿Cómo es posible entonces que algunos eventos que superaban los mil millones no pasaran por un solo banco?

Y aunque la responsabilidad del control de estos eventos recae en la Alcaldía, ahí hicieron la de siempre: la vista gorda, sin establecer regulaciones ni límites a la proliferación de eventos, algunos de dudosa procedencia. La ciudad, incapaz de albergar a un público suficiente para llenarlos, se vio desbordada por esta avalancha de actividades.

Mientras tanto, en los palcos, la situación también generaba escepticismo y sospecha. Fácilmente se podían ver decenas de botellas cuyos precios no bajan de los dos millones de pesos, precios que no corresponden con la realidad económica de la ciudad. Esta ostentación desmedida y descontextualizada a cualquiera le generaba mal presagio. No es un secreto que, si la policía hubiera pasado por algunos palcos y hubiera pedido antecedentes judiciales, habrían hecho moñona, como se dice coloquialmente.

Aquí ciertamente tiene lugar una realidad incómoda que nos involucra a todos. Nos lamentamos de modo constante de la inseguridad, de cómo ya no podemos caminar tranquilos por nuestras calles, pero olvidamos que una de las principales causas de este flagelo son, precisamente, esos grupos criminales, muchos asentados en Valledupar, que se aprovechan del festival. Nosotros, como sociedad, no podemos permitirnos validar su presencia ni acostumbrarnos a convivir con mafias y organizaciones delictivas.

Valledupar ya vivió hace años las consecuencias de esta tolerancia cómplice, y sería imperdonable repetir la historia. No podemos permitir que nuestra ciudad y nuestra cultura sean rehenes de aquellos que ven en el facilismo de la ilicitud su fuente de enriquecimiento, pervirtiéndolo todo, y menos permitir que degraden nuestra máxima y emblemática fiesta, el festival vallenato. Si, el dinero y las actividades ilegales ya hacen acto de presencia, con notoriedad, y preocupa que, si no tomamos acciones preventivas, ese ‘pequeño lunar’ degenere en un cáncer, y que haga metástasis, corroyendo la esencia misma del festival.

Es hora de tomar cartas en el asunto y enfrentar este reverso oscuro del Festival de la Leyenda Vallenata. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras nuestra cultura se ve amenazada por la infiltración del crimen organizado. Nuestro deber, como ciudadanos, es levantar la voz y exigir a nuestras autoridades acciones contundentes para erradicar la influencia nociva del narcotráfico y proteger este patrimonio, orgullo de nuestra tierra.

El llamado es a unirnos como sociedad en un rechazo tajante a la presencia del traqueteo y el dinero ilegal, especialmente en nuestras festividades. No permitamos que oscuros actores corrompan el legado de los juglares que, con sus acordeones, cajas y guacharacas, han tejido historias de amor, lucha y esperanza. El festival debe ser un bastión de nuestras raíces y tradiciones, sin que la sombra del crimen lo empañe. Que la música, y no el traqueteo, sea la protagonista de esta magia que nos une y nos define. 

Es tiempo de actuar con determinación y resguardar nuestra identidad cultural, enfrentando sin temor a quienes quieren mancillarla.

Por Camilo Quiroz H.

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