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El retrato de ella

Por Leonardo José Maya
Para María Angélica y Toba
Estábamos sobre el puente Hurtado, mirando las presurosas aguas correr. La vi, brillaba con la llovizna de la mañana como medalla de plata, la recogí. El blower perfecto estaba recién terminado, la mirada me asustó. El rostro levemente tirado a la derecha y los ojos al lado contrario como posicionando un blanco. Yo sentí un escalofrío, pensé que me estaba mirando a mí con esa mirada de mujer enamorada, de esas que pone nervioso hasta al más valiente. Parecía una foto documental 4×4, pero no; era el retrato de ella. El pelo todavía le olía a “shampoo” de los mejores.
Mi intensión, aunque temía hacerlo, fue guardármela, pero mi amigo rápidamente me liberó de la tentación y me la quitó – Se parece a mi mujer, me dijo. Era verdad.
En realidad, yo no le temía tanto al retrato en sí, mi temor era que descubrieran esa mirada, pero él no me entendió. Sus argumentos filosóficos de leyes y códigos no le permitían comprender, como yo, las razones humanas. Más tarde lo entendería de la peor manera.
Semanas después se fue de parranda con amigos comunes. Hubo whisky hasta las primeras horas del día siguiente, pero la borrachera lo obligó a partir justo cuando llegaban los primeros cantos de los gallos del amanecer, el débil rocío de la mañana lo acompañó hasta la puerta de su casa.
Abrió con cuidado. Entró al cuarto de los niños y les echó un vistazo, luego  fue a ver a su mujer. La encontró arropada de pies a cabeza profundamente dormida, acurrucada de lado al borde de la enorme cama. No movía un solo dedo, pero estaba más despierta que nunca, y con el olfato afinado. Fácilmente podría decir que y cuanto había tomado su marido desde el mismo instante en que entró al cuarto.
El, como siempre, se preparó dos pastillas efervescentes gigantes para que el alivio le llegara antes que el malestar, pero esta vez se equivocó de plano. Se acostó desprevenido a pesar de la embriaguez desaforada y se durmió en el acto sin imaginar que los ángeles protectores lo habían abandonado en el mismo instante en que cerró los ojos.
Nadie sabe en qué momento la señora inició la investigación: rastreó las últimas llamadas del celular, examinó la camisa pero no detectó labiales ni perfumes foráneos; revisó bolsillos, tampoco encontró nada. Entonces con rigor de paleontólogo incursionó en la billetera. Allí la encontró. Tenía el mismo olor en el pelo, un leve rubor en la cara,  la mirada apasionada y casi  sonreía.
A la 8:30 AM de ese domingo sobrevino el cataclismo. Su mujer enardecida vociferaba y balanceaba en el aire el inocente retrato, reclamaba su desfachatez al llevarla en su billetera donde también estaba el de ella, lo llamó sucio lo acusó de alta traición y planteó la separación inminente.
El se sobrepuso al dolor de cabeza devastador y aplacó en el último instante el frenesí de sus entrañas agitadas, pero ella no le tuvo compasión: abrió puertas, ventanas y elevó las cortinas exigiendo explicaciones.
Le explicó todo. Habíamos iniciado nuestra caminata matutina el mismo grupo de amigos de todos los días, salimos del “pedazo de acordeón” a la hora de siempre. Una llovizna tenue nos acompañó hasta el puente, le explicó que yo la encontré y cómo fue que apareció en su billetera.
__ La verdad es que la guardé porque se parece a ti, le dijo para ablandarla. Ya estaba listo para rematarla con otra sentencia de abogado experimentado pero ella lo detuvo en el intento y lo fulminó de golpe.
__ Si, y por qué te mira así? le dijo mostrándole los dientes de fiera indomable.
El, que es un brillante penalista, reconocido por anticipar los argumentos del contrario, se sintió desguarnecido, no la esperaba por ese lado. De nada le sirvió su vastísima cultura jurídica, quedó reducido a la nada. Sus argumentos fueron menos que una brizna en esa tempestad y no ha habido poder humano capaz de convencer a su mujer de que esto fue real, absolutamente real.
Pese a que nadie se lo cree, mi amigo sigue buscando argumentos para demostrar su verdad.
Yo se lo dije absolutamente convencido desde  hace tiempo:
__ Doctor, no le de más vueltas… el caso está perdido.
ljmaya93@hotmail.com

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