Transcurrió mucho tiempo para que pasara lo que pasó en el concurso de la canción inédita en la versión 56 del Festival de la Leyenda Vallenata y se diera el rescate de un juglar de esos que crecieron como florecitas de abrojos en los lugares más recónditos de nuestra geografía caribe.
Como no reivindicarlos, si fueron ellos los que pusieron la “plana” para llevar a la UNESCO a declarar la música tradicional vallenata del Magdalena Grande como patrimonio de la humanidad en lista de espera y dejar serias recomendaciones de manera urgente en su plan de salvaguardia.
Por fin, entendimos nuestro rol, la forma de recalcarles a quienes tienen la obligación de conservar y preservar nuestras manifestaciones culturales, es nuestro compromiso.
Con su voz quebrada por los años me dijo al otro día del triunfo en el patio de mi casa: “Docto: usted no sabe la contentura que me dio cuando la gente me abrazaba y las muchachas bonitas pidiéndome fotos, ¡ay! si tuviera veinte años menos, otro gallo cantaría porque el pajarolo ni se mueve”.
Soltó la risa y comenzó a contarme: “Yo nunca tuve vacas, mis vacas, fueron calabazos con cuatro paticas y les hacía un corralito en el patio de mi casa”. Sin duda alguna que en ese entorno natural en que crecieron nuestros juglares los llevó a producir obras maravillosas para enriquecer nuestro folclor.
Así fue la infancia de Julio Cesar Romo Mendoza, un ser de manos calludas, de dedos romos que conservan la huella que deja el duro trabajo del campo. Nació en San Basilio, Magdalena, un pueblito rehundido cerca a Pivijay hace setenta y seis años, allí vió salir la luz del sol al lado de sus padres Ovidio Romo y Joaquina Mendoza.
Ordeñador desde muy niño con su hermano mayor Octavio en una finca cercana al pueblo, donde por primera vez tocó un acordeón de dos teclados, a escondidas de su dueño Pio Ochoa Caballero, quien la ocultaba para que nadie la ejecutara, pero este se sorprendió al escuchar días después el avance de los hermanos Romo al tocar el instrumento. Julio Cesar aprendió a los diez años a punta de oído macujeando el acordeón y tratando de imitar la música que se escuchaba a través del vetusto radio marca Sanyo que poseían.
Un día cualquiera se atrevieron con un “pito de boca” o violina que compraron en el pueblo, una caja con cuñas de palo y cuero de venado, una guacharaca de lata, lanzándose como conjunto en un evento organizado por el colegio, logrando conseguir en una colecta pública, el dinero suficiente para adquirir su primer acordeón, iniciando de esta manera su vida musical por todos los pueblos del Magdalena.
Su primera canción se la hizo a San Basilio ‘Serenata a mi pueblo’, un paseo, bien elaborado que al escucharla me impresionó por su estructura literaria y melódica. Julio, no deja de ser una caja de pandora, su forma de ser tan especial nos lleva de inmediato a ese mundo que nos falta todavía por conocer.
‘SERENATA A MI PUEBLO’
(fragmento- paseo)
Pueblo querido tu que eres tan bello
Eres tan lindo para todos tus hijos
Que cada día vivimos más contentos
Y orgullosos de ti San Basilio.
Julio no se cansaba de hablar “eran tan poquitas las mujeres en el pueblo compa, que me tocó echarle mano a la prima”, de esa manera ocurrente me dijo que él y Dominga eran primos hermanos emparejándose a los veintiséis años, de esa manera vulneraron todos los principios de la genética procreando ocho vástagos de la familia Romo Romo, Julio César, cajero; Carlos, acordeonista; María, Argelis, Ana Milena, Rossana, Rafael Ricardo y Víctor Hugo, percusionista. A Dominga su afectuosa mujer que no la cambia por ninguna otra, le compuso recientemente una canción picaresca ‘La Jeringa’, a ella no le gustaba que su primo José Marenco le sonsacara a su marido para llevárselo a parrandear.
‘LA JERINGA’
(fragmento- merengue)
Hombe verdá que es una jeringa
Yo por eso no estoy muy contento (bis)
Porque ahora se le ha dado a Dominga
De celarme con José Marenco.
Hombe!, esto así que no puede ser
Dice la gente que me conoce
Que ella se a puesto celosa con José
Que tal que José fuera mujer.
Nada fácil para Julio acomodarse al acordeón de tres teclados que su tío José Antonio Mendoza ejecutaba en el Playón de Orozco, en ese pueblo donde los paramilitares en el año de 1999 quemaron 29 casas y asesinaron más de 30 campesinos uno detrás del otro. A esa aterradora noche Julio Cesar le compuso años más tarde una canción.
‘CASITAS BLANCAS DE PALMA’
(Fragmento)
Casitas blancas de palma las recordaré
Siempre las estoy pintando como ellas están
No pierdo las esperanzas volverlas a ver
Cuando todo haya pasado y estemos en paz.
Cultivaba la tierra y atendía el ganado en una pequeña parcela de dos cabuyas que su padre adquirió con dineros de unas cesantías, pero su pasión era la música y con su hermano Octavio comenzaron a pasearse por las regiones de Flores de María, El Carreto, Piñón y Cerro de San Antonio, amenizándoles parrandas a los “Blancos” de esa comarca del Magdalena. Acompañaba a Luis Enrique Martínez en Sabanas, a Juancho Polo Valencia, ‘Pacho’ Rada y Abel Antonio Villa, con quienes mantuvo una estrecha relación musical ejecutando la guacharaca y de vez en cuando echando un “mochito” con su acordeón.
“Montarme a la tarima eso fue grande para mi me dio hasta calambre y el corazón se me quería salí, me tomé cuatro aguardienticos porque el trago me estabiliza y dele”, relata el juglar.
Julio Romo abrió su acordeón con su fuelle remendado y cantó:
‘SOY CAMPESINO’
(Paseo)
Soy campesino soy de una región muy buena
De un pueblecito que por ese sector hay
A donde el hombre se envejece trabajando
Pasa labrando la tierra con ideas de cultivar
Yo soy de San Basilio que queda en el Magdalena
Queda en el medio del Piñón y Pivijay
A donde el hombre se alegra con su morena
Se pintoretea y comienza a piquetear
Esta seguro que tiene una mujer buena
Y esperanzado que jamás lo olvidara
Hay muchas veces de que yo por el mediodía
Paso con un pasa bocas y ya se los voy a explicá
Eso se debe por la mala situación
Si no hay pa ´las tres comidas paso por las dos no má. (bis)
Con bollo y panela al mediodía en mi cultivo
Por la nochecita un poco de arroz con tinto, (bis)
Por la madrugada achico mi perolito
Pongo a hervir el asiento y otra vez hago lo mismo. (bis)
Hoy es un personaje que tiene más de 25 canciones inéditas, una vida llena de anécdotas que si no hubiese sido por el Festival de la Leyenda Vallenata estaría como muchos otros sumidos en el olvido.
La lección que nos dejó Julio Cesar Romo es gratificante e invita a seguir rescatando a todos aquellos juglares que están en el anonimato en los pueblos y veredas viviendo en condiciones de olvido.
El año entrante vuelve Julio Cesar Romo al festival y vendrá con más energías, con más canciones con su alma de juglar, quien nos dió una verdadera cátedra de humildad.
POR EFRAÍN ‘MONO’ QUINTERO/ ESPECIAL PARA EL PILÓN