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El régimen

Por Jorge Eduardo Ávila.

El mundo de hoy, con sus ires y venires, está ávido de buenas personas, de buenos seres humanos. Los conflictos de la sociedad actual obedecen, en gran medida, a la carencia de personas con principios y valores de personas que hacen lo correcto, que no se tuercen, que con posiciones claras y poniendo siempre por delante la verdad, el deber ser, actúan en consecuencia. 

Qué diferente sería el planeta con líderes así, de aquellos que respetan y admiran lo público, que ven como un orgullo servir a la gente y no servirse de la gente, gran diferencia. Si tuviéramos funcionarios preocupados y comprometidos con la defensa del estado, de lo público, de esos de antes que preferían morir antes que doblegarse a los delincuentes, la Colombia de hoy sería muy diferente. 

Tenemos un país riquísimo, al que le sobran recursos naturales, con un sector productivo fuerte, que actualmente maneja un presupuesto general millonario, los colombianos, a pesar de lo que podemos creer y sentir, somos muy ricos. El problema es sencillo: algunos políticos lo desdibujan todo. 

Cuando el estado está dirigido por delincuentes, perdemos todos. Cuando se llega al poder gracias a una campaña sucia, mal intencionada, poco elegante, pierde la nación. El acceso al poder por parte de personas non sanctas abre puertas y ventanas para que el erario llene los bolsillos de unos pocos, para que los dineros que deben destinarse a cerrar las brechas sociales permitan que unos pocos se los apropien en perjuicio del resto. Este es un problema estructural, es triste ver cómo en nuestra sociedad admiramos al delincuente, a aquel que ha tenido la sagacidad de apropiarse de lo que nos pertenece a todos. Nos somos conscientes, o parecería que no lo somos, de que la platica que se roban es producto de los impuestos que como ciudadanos de bien estamos llamados a pagar; parecería que nuestros descuentos de nómina en favor de las arcas del estado no generan en la población el deseo de auditar, revisar e investigar lo que pasa con ellos. 

En muchos lugares nuestra gente se acuesta con hambre y esto no solo es inaceptable, sino que no debería ocurrir; tenemos más que suficiente para que eso no suceda, pero nos enfocamos en hacernos amigos del que impide que eso sea una realidad. Admiramos al hampón, nos enorgullece estar cerca de él, y en la otra orilla el que cumple la ley es un idiota en una sociedad enferma y plagada de distorsiones.

No se trata de protestar destruyendo nuestro patrimonio histórico, aquel que hace parte de nuestra identidad como colombianos. No se trata de salir a las calles a vandalizar, a destruir todo aquello que se nos atraviese. Se trata de ejercer adecuadamente un derecho del que todavía disfrutamos: el voto. Debemos estar pendientes del desempeño de los funcionarios que elegimos cada cierto tiempo. Ellos son responsables directos de la suerte del país. La invitación es a no apoyar a aquellos que estimulan la corrupción, el despilfarro. La manera de sancionarlos, ya que algunos de nuestros jueces han sido también cooptados por lo que bien llamaba Álvaro Gómez Hurtado, “el régimen”, es no votando por ellos, ni por sus partidos ni por sus movimientos. Es lamentable, pero partidos y movimientos son los canales perfectos para construir estructuras criminales que se alimentan, día a día, mes a mes y año a año, de nuestra platica. 

Votemos por personas decentes, por personas que representen nuestras ideas y que piensen lo mismo que nosotros; por personas que se aproximen a lo público como nosotros lo haríamos en su lugar. 

Cuando Colombia nos duela a la mayoría, esto empieza a cambiar, habrá esperanza. Mientras eso sucede, seguiremos luchando y trabajando duro para sacar a nuestro país adelante, para contrarrestar, con nuestros actos, el mal que otros causan. Es el rol que estamos llamados a cumplir, es lo que nos corresponde hacer…

Mientras tanto, felicitaciones al Junior de Barranquilla por su décima estrella. Entró de último a los cuadrangulares, cumplió con un buen rendimiento en su cuadrangular y logró el título. ¡A celebrar!

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