Todo sucedió exactamente a las 2:00 de la tarde del lunes 26 de diciembre de 1932 en El Paso, Magdalena, hoy Cesar, en el hogar de Náfer Donato Durán Mojica y Juana Francisca Díaz Villarreal, cuando vino al mundo Náfer Santiago Durán Díaz.
Él, pasados los años declaró que el mejor regalo de amor, un hijo, lo recibió su papá un día después por parte de su mamá, y no como se acostumbra el 25 de diciembre. Ante ese soberano regalo su papá enseguida dijo que llevaría su nombre, y así lo registró.
La historia de su vida que suma 87 años, es una mezcla de alegrías y nostalgias donde aparece un campo sembrado con cientos de hectáreas de folclor y el abono diario ha sido con los pitos y bajos de su acordeón que complementa una voz parrandera.
Esta ha sido la manera más hermosa de darle mayor trascendencia a su dinastía que encabezaron sus hermanos Luis Felipe y Alejo Durán, siguiendo él, que asumió la responsabilidad desde hace 30 años.
Con todos los recuerdos en fila se estaciona en sus primeros años donde veía a su papá Náfer Donato tocar su acordeón, y a su mamá Juana Francisca, quien era una excelsa cantadora de tambora. De esta forma entró a ese mundo de encanto con bellas historias cantadas.
En su casa tenía su propia escuela de folclor y de esa manera entró a ser un alumno aventajado hasta ser Rey Vallenato y un excelso compositor, cuyas obras han traspasado fronteras en las voces de grandes cantantes.
Y así es. Su música es distinta con un marcado énfasis en los tonos menores, al punto que es conocido como ‘El rey del tono menor’.
A su avanzada edad Náfer Durán no ha podido “jubilar a su acordeón”, según lo señala, porque cuando se lo lleva al pecho con el sonido acompaña los latidos de su corazón. Esa ha sido la formula precisa y concisa para tener la mayor vigencia en esta música que en su casa siempre ha jugado de local.
Para bosquejar su teoría señala. “No tocar mi acordeón es como morir en vida. A veces cuando por necesidad la empeñaba, tenía que ir corriendo a sacarla porque me hacía mucha falta”.
Abre y cierra su acordeón, pero no se decide a interpretar nada hasta que aterriza con una nueva frase. “No sé hacer otra cosa que tocar mi acordeón, componer y cantar porque esa fue la enseñanza que recibí desde niño. De ese he vivido y no me arrepiento, sino que le dio gracias a Dios por mi querida familia, y por ser un enamorado de este lindo folclor vallenato”.
Hoja de vida
“Mi hoja de vida musical es más larga que caminar de El Paso a Bosconia, a pleno mediodía”, al dar este jocoso apunte suelta una carcajada que se escucha con fuerza a su alrededor.
No da muchas vueltas en su memoria y comienza a sumar. En su baúl va metiendo de salida la corona de Rey Vallenato en 1976; sigue con la grabación de su primer disco que hizo ese mismo año con Diomedes Díaz llamado ‘Herencia Vallenata’ y concluye que no ganó su segunda corona en el Festival de la Leyenda Vallenata porque en 1983 fue declarado fuera de concurso.
“Gabriel García Márquez fue jurado y me dijo que yo era un acordeonero fuera de serie y eso es mucho viniendo de esa persona que era el más grande letrado de Colombia”, apunta Náfer Durán Díaz.
De los tres enunciados también señaló sobre su experiencia al grabar con Diomedes Díaz. “Eso fue algo importante porque le abrió el camino musical a ‘El Cacique de La Junta’ a quien siempre admiré. Era un superdotado de la música”.
Le da otra clara salida al recuerdo y anota la ocasión cuando Diomedes Díaz convocó a los acordeoneros con quienes había grabado para una gira musical. En Barranquilla versearon y Náfer Durán le comenzó diciendo:
Pa’ que lo sepan ustedes
ahora le vengo a decir,
yo nunca olvido a Diomedes
y él no se olvida de mí.
Ante esto ‘El Cacique de La Junta’ contestó.
Mi primer acordeonero
estando yo jovencito,
cuanto lo admiro y lo quiero
Dios bendiga a Naferito.
Continuó con su narrativa, pero esta vez con tintes de amor y fue precisamente la vez cuando una mujer se posó de manera directa en su corazón. A ella, le compuso la memorable canción que ha recorrido todos los sentimientos de principio a fin. Se trata de ‘Sin ti’, dedicada a su esposa Rosibel Escorcia Mure. Es la misma canción con que Carlos Vives recuerda a su papá Luis Aurelio Vives, y hasta llora al escucharla o cantarla.
Con mis notas tristes
vengo a decirle a tu alma
lo que está sufriendo mi sincero corazón.
ya no tengo paciencia,
ya no tengo calma
solo vivo triste y loco por tu amor.
Después de cantar se quedó pensativo hasta que expresó. “Esa canción me la pedía mucho doña Consuelo Araujonoguera. Además, me decía que contara su bella historia llena de la más grande belleza natural y espiritual. Siempre lo hacía, porque es la mamá de mis canciones, y cuando Dios me llame esa me la deben cantar”.
El Rey Vallenato nunca dejó de recordar su nacimiento y jocosamente manifestó “El regalo de mi mamá llegó un día después, pero bueno si ha salido ese empaque”. Volvió a sonreír.
Sin prisa se puso de pie, caminó un poco, dejó su acordeón en una silla y después decidió girar la ruleta de su vida donde aparecen en el cuadro principal sus 14 hijos que son el motivo principal de su existencia. Recalca la unidad familiar y destaca a los que han seguido su huella en el folclor: Luis, Armando, Jader, Víctor Julio, Jaime Enrique, Elkin Javier, Juan Miguel y Náfer, este último fallecido hace 18 años.
Entrando en el escenario de su fiel alianza con el folclor vallenato expresa que ha sido prolífero para componer. Tiene en su cuenta más de 80 canciones, la gran mayoría grabadas, pero entre ellas sobresale una en aire de puya que siempre se interpreta en distintos festivales vallenatos. Se trata de ‘Déjala vení’.
Mi mujer me tiene
un rezo
me lo aplica cada rato,
tiene varios presupuestos
con el pobre del muchacho.
Cuando el reloj marcaba las 2:00 de la tarde, 87 años después de haber nacido en esa tierra donde el vallenato germinó con fuerza en aquellas hectáreas de folclor, Naferito se quedó recordando a su dinastía, sus hazañas musicales, sonriendo por largo rato y dándole gracias a Dios por un año más de vida.
Náfer, ha sido ese hombre sobresaliente con el acordeón al pecho que le parece un juguete. Ese mismo al que le ha sacado el más grande jugo de notas para exaltar esa música que escuchó antes de tomarse el primer tetero.
Finalmente añoró las famosas parrandas en ‘El estanquillo’, cantina que estaba ubicada en Plata Perdida, corregimiento de Chimichagua, cuya propietaria era Encarnación ‘La Chón’ López, quien en la puerta puso un letrero muy claro. Se tenía que consultar con el bolsillo antes de tomarse el trago.
Por Juan Rincón Vanegas/ EL PILÓN
@juanrinconv