Fue por el negocio del caucho y de la quina que un boyacense de Santa Rosa de Viterbo se hundió en la jungla amazónica. Amasó una fortuna y ya con el título de don Rafael Reyes, se hizo notorio como político conservador.
Después tomó servicio como militar contra el alzamiento de los liberales radicales de 1885 que combatían al gobierno de Rafael Núñez. Su gran debut fue diez años después cuando otra vez se rebelaron los liberales contra el régimen de Miguel Antonio Caro, porque este mandatario clausuró periódicos de la oposición y desterró a jefes de aquel partido con ligereza y sin causa mayor. Entonces los rojos del Olimpo Radical se fueron a las montañas en una sublevación que apoyaron los liberales de Venezuela.
Reyes, promovido como general gobiernista, combate por la Costa. Desde Puerto Nacional (hoy Gamarra, Cesar) se interna en la cordillera de Santander, para impedir que se unieran dos ejércitos liberales de Venezuela que venían en ayuda de los rebeldes. A ración de panela y queso la tropa de Reyes trepa el áspero relieve. Los hombres están extenuados por el redoblado paso que se les ordena. Con un frio que entumece, bajan y suben repechos. Los que más sufren son los costeños que salidos de sus llanuras calientes ahora ascienden entre mantos de neblina, la lluvia y el granizo. Agobia mucho el calambre, pero se calienta manteca gordana en pailas de cobre que se decomisan en los trapiches campesinos y se obliga a los soldados a meter el pie hasta la pantorrilla en el sebo derretido, lo que mitiga la fatiga de las piernas.
El poeta Ismael Arciniegas como tesorero de aquella tropa, lleva un par de mulas cargadas con las petacas de las monedas con lo cual va comprando ruanas, mantas, carnes, recuas y otros elementos para dar bienestar a los soldados en lo que fuera menester. No es posible ahorrar un cuartillo entre esos lodazales y desfiladeros helados donde se resbalan y desnucan las bestias de carga. Ahora están metidos en el páramo de Mogorotonque, cumbre desolada cubierta de rala vegetación por donde vuelan los cóndores, para caer sobre Málaga y Enciso.
Por los lados de Enciso, las avanzadas de Reyes avistan las desprevenidas columnas liberales del general Ruiz. Un oficial de él a galope tendido llega y grita: “Nos cogió Reyes con tres mil soldados”. Pronto las voces de muerte y coraje se escuchan confundidas con los fogonazos que parpadean en la boca de los fusiles entre el brillo siniestro de los machetes. Fue un reguero de gente que huía sin dirección entre los cañadulzales vecinos que ardían con viva llamarada.
Fue una revuelta que se desmontó en dos meses. El balance final del encuentro fue la derrota del ejército radical con un buen número de muertos entre liberales nuestros y venezolanos que se distinguían por las divisas rojas y amarillas que tenían sobre los sombreros. La rendición de los liberales se firmó en Capitanejo.
La fama de Reyes ascendió al pináculo por la generosidad con los vencidos para quienes pronto se abrieron las cárceles. Los gestos de agradecimientos se multiplican, así como los regalos al vencedor. Un hacendado de Ubaté le transfiere la propiedad de muchas fanegadas de la mejor tierra de la sabana de Bogotá.
Se puso en moda escribir versos al general Reyes que venció así a los revoltosos radicales. Tanta resonancia algún resquemor debió causar al presidente Caro, porque cuando el comité de recepción dilucidaba el premio que se le daría al General por su victoria, dio su respuesta satírica: “No se preocupen, Reyes es como las criadas de Bogotá que prefiere su chocolate en plata”.
Un día de abril de 1895, Bogotá tributó a Reyes un recibimiento de héroe. La cúpula del conservatismo lo esperaba en la Estación de la Sabana, terminal del ferrocarril. Las calles estaban adornadas con arcos de triunfo, flores y banderines.
Después de los muchos discursos, la comitiva subió por San Victorino hasta el palacio de los presidentes. Reyes cabalgaba metido en un cuadro de oficiales con un vistoso uniforme de mariscal francés luciendo sus mostachos imperiales. Elevó la espada cuando pasó frente al balcón donde se hallaba la viuda del presidente Otálora en un gesto de gallardo saludo.
Cuando el séquito llegó a donde esperaba Caro, éste puso en manos de Reyes el bastón de mando del Gran Mariscal de Ayacucho, José Antonio de Sucre. Pero en esos momentos un caballo llamado por burla “El Radical”, cuyo dueño era uno de la comitiva acompañante, le dio una tremenda patada al general Reyes, que pasados los festejos protocolarios se vio obligado a guardar cama para mejorar del golpe que recibió de manos, o mejor de patas, de aquel equino, bautizado con un homónimo que para aquellas circunstancias era inoportuno y jocoso.
En aquella otra batalla de las pequeñas venganzas, no faltó el verso perverso que relacionaba al caballo El Radical con los derrotados liberales del Olimpo Radical y a Marco Junio Bruto, cuando en la antigua Roma, en los idus de marzo, dio muerte con puñal al cónsul y dictador Cayo Julio Cesar. Aquí están: “Ni en el combate de Enciso / que doblegó al orgullo liberal / tuvo un momento preciso / de peligro verdadero al General”. / Más ya triunfante el General / un día se llevó tremendo susto / lo atacó sin piedad un noble bruto / que recuerda aquel Bruto el del puñal. / La venganza en figura de animal / de los rojos que entre risas y goces / festejaron lo que hizo “un radical” / de herraduras, de relinchos y de coces”.