Realmente no se justifica que, en plena efervescencia de la civilización, la juventud estudiosa y estamentos de la sociedad en general de Colombia, estemos apreciando a través de las redes sociales el deslizamiento de un debate cada día más polarizante que se orienta hacia las arenas movedizas de una polémica estéril; se trata del arraigado racismo, disfrazado de hipocresía que degrada la dignidad humana.
Es perentorio afirmar que el saber constituye por sí mismo un obstáculo contra el delirio de la omnipotencia del dinero y el utilitarismo. Nos referimos a un determinado número de personas, quienes por el hecho de ser ” artistas”, tener fama o manejar dinero y ser blancos, se creen revestidos de poder para hacer y deshacer, insultar, estigmatizar, denigrar y avasallar a la población negra e indígena. Es esta la razón por la cual día por día toma más fuerza en el país la xenofobia, la homofobia y el racismo.
Pero, el concepto mismo de estos hechos, nos concita a interpretarlos desde una perspectiva tanto antropológica como sociológica y en tal sentido construir una narrativa o un contexto que incorpore solución a este aberrante fenómeno, expandido por todo el universo.
Bajo estas circunstancias, la institucionalidad y la academia están llamadas a actuar con la sabia tranquilidad que emerge de aceptar la realidad y el flujo natural de las cosas. Esta asqueante y cicacitrante expresión del racismo exacerbado, es una experiencia que da luz a la pluralidad y a la diversidad de visiones.
Necesitamos construir civilidad que dé identidad a la materialización de valores y dignificación a los seres humanos, a todos, sin distinción de raza, color, sexo o afiliación política. Es hora de promover campañas verdaderamente serias, de sensibilización que generen comportamientos responsables, articulados al cambio de actitud con sentido de pertenencia.
En esta contextualización, quiero, como profesional del derecho, columnista de varios periódicos de la Costa Atlántica y del interior del país; escritos y digitales; además como exdocente universitario y expersonero para los Derechos Humanos de Cali, hacer una lectura analítica y reflexiva sobre las palabras oprobiosas y ofensivas desde todo punto de vista de una “cantante” contra una senadora y fórmula vicepresidencial de la República con epítetos insultantes y grotescos. Esto a todas luces es un racismo repudiable, así de sencillo, que debe ser censurado y castigado penalmente; además, rechazado por la academia a nivel nacional.
La ofendida obtuvo más de 700 mil votos, lo que demuestra que tiene fuerza de convocatoria, no interesa su inclinación política; lo que aquí vale es su dignidad de mujer. Casi similar al de Obama, primer presidente negro o afrodescendiente de los Estados Unidos; otro ejemplo Marthin Luther King, premio Nobel de Paz, célebre con su frase: yo tengo un sueño y que decir de Nelson Mandela, primer presidente negro de Sudáfrica, luego de permanecer 27 años encarcelado, creador del Apartheid.
Toda la Academia está de pie en protesta por tanto abuso. Basta ya. ¿Ya pasamos que negro ni el teléfono? Preguntamos: ¿Existe aún? o ¿Qué con el negro poquito y de lejitos?
Está en el panorama jurídico la Ley 1482 de 2011, autoría del Partido Mira; ley que tiene por objeto garantizar la protección de los derechos de una persona, grupo de personas, comunidad o pueblo que son vulnerados a través de actos de racismo o discriminación.
Pretendo en este escrito saber hasta qué punto la búsqueda de satisfacciones inútiles como el racismo, se revelan inesperadamente como una fuente de la que deriva la perversidad de un mundo saturado de odios irracionales que amenazan a la civilización.
Por Jairo Franco Salas
jairofrancos@hotmail.com