Todos los hombres somos seres históricos, es decir, somos capaces de recordar el pasado y proyectarnos hacia el futuro, pero esto no nos hace historiadores.
La Historia es una ciencia porque está ordenada según unos principios generales, tiene en cuenta los conocimientos previos, utiliza un método para abordar un objeto que le es propio: los hechos ocurridos; de igual manera, el conocimiento o las respuestas que brinda son provisionales, es decir, pueden ser revisadas en cualquier momento, siempre a partir de nuevos descubrimientos o nuevas pruebas objetivas. Por su carácter científico, la Historia aparta las opiniones, las conjeturas, las suposiciones y los deseos personales
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Se ha repetido hasta la saciedad que la historia es escrita por los vencedores. Ante este argumento, Miguel de Unamuno empezó a hablar de intrahistoria, aquellos hechos cotidianos que no eran publicados por los diarios y que servían de decorado a los hechos resaltados como importantes. A finales del siglo XX, en los círculos intelectuales italianos se configuró una rama de la historia social conocida como la microhistoria que empieza interesarse por los individuos del común.
Carlo Ginzburg (Turín, 1939) es uno de los pioneros de la microhistoria cultural. ‘El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI’ es su libro más famoso, en el cual advierte que hoy día no es válido acusar a los historiadores de consignar únicamente las “gestas de los reyes”, pues cada vez se investiga más sobre lo que ellos callaron, expurgaron o simplemente ignoraron planteando una discusión sobre la relación de la cultura popular o de las clases subalternas con la cultura aristocrática o de las clases dominantes.
‘El queso y los gusanos’ surge como una discusión que propuso Carlo Ginzburg en un cursillo de religión que impartió en la Universidad de Princeton, hacia 1973, y las preguntas centrales de este libro son: ¿Hasta qué punto la cultura popular es subalterna de la cultura dominante aristocrática?, ¿podemos hablar de circularidad entre ambos niveles de cultura?
Ginzburg intenta ofrecer respuestas analizando los documentos de los dos procesos a los que fue sometido Domenico Scandella, conocido como Menocchio, un molinero friulano que murió en la hoguera en 1601 por orden del Santo Oficio, tras una vida en el completo anonimato y bajo las acusaciones de herejía al haber negado la virginidad de María, la divinidad de Cristo y la providencia de Dios. Eran los tiempos del Concilio de Trento y se libraba una guerra encarnizada por parte de la jerarquía católica que buscaba imponer sus doctrinas ante el fenómeno de la Reforma.
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Pero, ¿de dónde sacó Menocchio estas ideas? Por sus confesiones, sabemos que Menocchio sabía leer y escribir. Debido al invento de la imprenta tuvo acceso a una serie de libros que le permitieron construir una manera de pensar respecto a la Iglesia y a la realidad, interpretándolos con libertad y desarrollando una serie de razonamientos relacionados con la tolerancia, la religión como concepto moral y la explicación del cosmos a partir de una teología aterrizada a la cotidianidad, temas que luego discutió con quienes le rodeaban, incluyendo a los inquisidores.
La imprenta le permitió a Menocchio la posibilidad de confrontar la tradición oral con una serie de conocimientos elevados y le proveyó de palabras para comunicar las ideas que tenía en su fuero interno. La imprenta y la Reforma supusieron el fin del monopolio de la cultura escrita por parte de las clases dominantes y, al mismo tiempo, el fin de Domenico Scandella en la hoguera.
Por: S. Dedalus